Simplemente un Chico de Santo Domingo

Muchas personas no conocerían el nombre “David Ortiz” si no fuera por mi amigo Pedro Martinez. Yo hubiese sido uno de los cientos de buenos jugadores de béisbol de República Dominicana que jugaron en algunas temporadas de las grandes ligas, y eso es todo. De los que vuelven a República Dominicana para jugar en la temporada de invierno, y luego nunca más vuelves a escuchar de ellos.

En diciembre de 2002, a solo unos pocos días de Navidad, recibí una llamada de mi agente en la que me comunicaba que los Minnesota Twins me iban a dejar ir. Por naturaleza, soy una persona muy alegre. Es muy difícil que se me borre la sonrisa del rostro. Pero estaba absolutamente devastado. Fue como si mi mundo se viniera abajo. Era un jugador de béisbol de 27 años. Mi hija acababa de nacer. Se aproximaba el entrenamiento de primavera, y parecía que todo estaba acabado.

Unas semanas después, estaba sentado en un restaurante de Santo Domingo completamente deprimido, desplomado en un rincón. De repente, entra Pedro. Por supuesto se acerca a mí muy sonriente, bastante emocionado de verme, porque nos llevábamos bien desde hacía tiempo.

Me dijo: “¿Qué sucede, hermano? ¿Cómo estás?”

Le respondí con honestidad: “No estoy bien”.

“¿A qué te refieres?”

“¿No te enteraste? Me echaron de los Twins”.

“Espera, ¡¿cómo?!”

“Sí, estoy aquí jugando en la temporada de invierno sólo esperando ver qué pasa”.

“Ay, Dios mío. Esto es maravilloso”.

“¿De qué demonios estás hablando, hermano? Mi hija acaba de nacer. No sé qué voy a hacer”.

“No, ¡esto es maravilloso!”

“¿Por qué juegas conmigo?”

“Espera un minuto”.

Pedro sacó el teléfono celular y salió. En ese momento pensé: ¿Qué le hice a este chico? ¿Qué demonios está pasando?

Unos minutos más tarde, Pedro volvió a ingresar al restaurante y me dijo que acaba de terminar de hablar por teléfono con Theo Epstein, el nuevo director general de los Boston Red Sox.

“¡Jugarás para nosotros!”, dijo. “Bueno, en realidad, acabo de dejar un mensaje en el correo de voz de Epstein. Pero le dije que tú eres un jugador especial y te tiene que contratar. Te necesitamos, amigo. ¡Te necesitamos!”

“¿De verdad?”, le respondí.

Él me contestó: “De verdad, hermano”.

Se sentía tan entusiasmado, tan emocionado. Pensé: ¿Me está haciendo una broma? Se trata de Pedro Martinez. ¿Por qué cree que soy tan especial?

Le dije: “Gracias, amigo, te lo agradezco, pero no hacía falta que lo hicieras”.

Se dio cuenta de que realmente estaba deprimido, así que se sentó a mi lado y me dijo: “Escucha, eres un excelente bateador. ¿Sabes por qué lo sé? Porque en la última temporada, te lancé una recta cortada alta y hacia adentro. Fue un lanzamiento perfecto: 92 millas por hora, con fuerza. Y tú la estrellaste hasta la plataforma superior”.

Me sorprendió que aún recordara esa jugada. Le dije: “Hermano, ¿cómo puedes recordar eso? ¿Me ponchaste un millón de veces y recuerdas eso?”

“Los chicos grandes nunca tienen la velocidad en la mano para hacer un lanzamiento como ése. Siempre les lanzo así la bola a los chicos grandes. Eres el único que ha bateado jonrón fuera de la cancha. Irás conmigo a Boston, amigo”.

Jamás olvidaré esa noche en el restaurante. Me cambió la vida. Dos días después, recibí una llamada de mi agente: “Los Red Sox quieren que estés en su equipo”.

Ellos dicen que lo demás es historia. Pero lo demás no es historia. Un año y medio después, ganamos la Serie Mundial juntos. Pero sucedieron muchas cosas en el ínterin que nunca se supieron hasta ahora. Fue un largo camino. Cuando llegué por primera vez a Boston, no jugaba todos los días. No se me presentaba la oportunidad. Cuando estábamos en casa en República Dominicana, Pedro me llevaba a su casa casi todos los días y preparábamos algo de comer. Cuando creces en República Dominicana, la comida es algo muy especial. Cuando eres niño y tienes hambre, puedes lanzar piedras y derribar cocos. O puedes trepar un árbol de mangos. Cada comida es especial. La saboreas y la disfrutas con las personas que más quieres. Por eso, Pedro y yo siempre cocinábamos algo bueno.

Allí es donde recibí la educación para las grandes ligas. En la cocina. Esa fue mi escuela. Aprendí mucho simplemente hablando con Pedro sobre la mentalidad de un lanzador y cómo debía pensar en otro nivel sobre cada turno al bate.

Nos teníamos un gran cariño. Nos volvimos como hermanos.

A un mes de estar en la temporada, lanzaba bastante bien fuera del banco, pero no podía ingresar a alineación inicial. Un día, después de un juego, traté mal a los medios, y de inmediato Pedro me apartó y me sacó de allí. Salimos a cenar y dijo: “Mira, deja que yo me ocupe de esto. No vuelvas a hacerlo. Simplemente preocúpate por lo que sabes hacer”.

¿Sabes qué hizo? Fue a hablar con el director y le dijo que quería que yo estuviera en la alineación inicial cada vez que él lanzara. Pedro se arriesgó mucho para darme una oportunidad. Él creyó en mí. ¿Cuántas personas hubiesen hecho eso?

Soy campeón de la Serie Mundial gracias a Pedro. Es la persona más leal que jamás haya conocido en el béisbol. Se preocupa por todos.

Cuando hablas sobre mi país natal, hay mucha información sobre una dura realidad. Pobreza, delitos. Pero la mayoría de las personas son las más leales y alegres que puedas encontrar en la Tierra. Somos sobrevivientes. Simplemente encontramos la manera de sobrevivir.

Cuando era niño, no teníamos dinero para pelotas de béisbol. Una vez, en el día de reyes, a mi hermana le regalaron una muñeca bebé nueva. Supuse que ella no iba a usar su muñeca vieja, así que le corté la cabeza y la afeité. Me sirvió perfectamente como pelota de béisbol. ¿Saben cómo se me ocurrió esa idea? Leí que Pedro lo hizo. Me robé la idea de él.

La cabeza de la muñeca bebé se hundía y caía cuando la lanzabas porque no era completamente redonda. Tenías que seguirla mientras se acercaba. Escucha, amigo: si puedes pegarle a la cabeza de una muñeca bebé con un palo de escoba, puedes lanzar una recta cortada hacia adentro. En República Dominicana, no necesitas una jaula para batear. Solo te tiene que gustar el juego. Y tienes que saber luchar con tu hermana cada vez que viene a buscar su muñeca bebé.

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