Estoy Listo

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Realmente crees estar listo para las mayores?

He estado escuchando mucho esa pregunta estos días ­– o al menos algo parecido.

¿Estás listo para jugar béisbol en el escenario más grande?

¿Estás listo para competir contra los mejores peloteros del mundo?

¿Qué pueden esperar los fans de ti?

Cómo va a ser para ti jugar en Chicago?

Dos cosas me vienen a la cabeza cuando me hacen esas preguntas. Primero, me doy cuenta que quien me está preguntando no tiene idea de la relación que tenemos la ciudad de Chicago y yo, porque he estado esperando precisamente este momento desde que yo era un niño. Y en segundo lugar, me encuentro pensando lo que me costó llegar aquí, lo que he superado … y como, después de todo eso, no hay manera que habiendo llegado tan lejos me hubiese dejado ser algo menos que extraordinario.

Viendo todo en retrospectiva, cuando yo era un chico joven pelotero en Santo Domingo, tuve que enfrentar y superar adversidad tras adversidad. Digo, inclusive hasta el primer partido de béisbol que jugué presentó adversidad.

Tienes que escuchar lo que pasó. Es una locura. Hasta el día de hoy casi ni lo puedo creer.

En ese entonces tenía nueve años – que para los estándares Dominicanos eso es ser muy viejo — pero yo me crié en un barrio llamado Villa Francisca, donde el deporte más popular era el básquetbol, entonces tuve un comienzo tardío. Mi primer juego fue en el Centro Olímpico en la capital. Es un complejo atlético enorme con campos de césped artificial y gradas para que la gente mire los juegos. Con solo verlo me daban ganas de jugar.

Me tocó batear sexto, y cuando finalmente llegó mi turno me paré en la caja, emocionado y listo para pegar con todas mis fuerzas.

Me alisté, agarré el bat con fuerza, el pícher se prepara y lanza una bola rápida que sale de su mano y….

Me pega justo en la cabeza.

Así nada más … ¡PUM!

Primera pelota. Justo en la cabeza.

Bienvenido al béisbol, Eloy.

via Eloy Jiménez
via Eloy Jiménez /

Éramos niños todos, el pícher no pudo haber lanzado tan fuerte. Pero yo pensé – y sentí – que me había pegado el mismísimo Pedro Martínez.

Cuando me dio ni siquiera pareció que llevaba puesto el casco. Yo sentí que me había pegado directo en la cabeza.

Y después de ese día, pues … listo, no más pelota. Estaba enojado. “¿En qué clase de deporte sales a que te peguen en la cabeza con una pelota tan dura?” pensaba yo.

“No más pelota para mí.”, le dije a mi padre. “No pasará. Hasta aquí. Nunca más.”

Digo, nadie me pegaba en la cabeza jugando básquetbol. Yo estaba listo para regresar a la duela. A todo el que me preguntaba le decía que no volvería a jugar pelota mientras siguiera con vida.

Pero ya tú sabes cómo son los niños.

Unas semanas después, mi padre me vio aburrido en la casa porque no tenía práctica de baloncesto.

“Oye, ¿por qué tú no le das otra oportunidad a la pelota, Eloy?”

Yo solo meneé la cabeza.

“¡Ve! Ve un día. Tú no pierdes nada con ir otra vez y tratar.”

Así que ahí voy al play, nada más para satisfacer a mi padre, y en mi primer turno…

Doy un home run.

Un pelotazo. Sin duda. Voló lejísimos.

Empecé a correr las bases, intentando seguir en contra del béisbol mientras corría, odiándolo en mi mente. Pero por dentro pensaba “Wow, se siente bien esto. Se siente pero … ¡BIEN!”

Y de ahí, quedé enganchado.

Seguí jugando baloncesto, pero desde ese día, con cada partido, yo me hacía cada vez mejor en el béisbol.

En el básquet, no era suficientemente alto para clavar la pelota. Pero en el béisbol, yo le podía pegar más fuerte y más lejos que cualquiera de mis compañeros. Estaba seguro que lo que sentía al pegar un home run era muy similar a lo que debe uno sentir cuando la clava, así que, en vez de clavarla…

Daba palos.

Fui MVP en torneos. Gané títulos de bateo en la liga.

Y después de un tiempo, hasta se me olvidaron las ganas de poder clavar la pelota.

Cuando llegué a los 12, mi padre me sentó a platicar. Él había visto qué tan lejos se iba la pelota cuando le pegaba. Y había tomado una decisión.

“De hoy en adelante, Eloy, solamente vas a jugar béisbol.”

Mi padre lo dijo tranquilo y con calma.

“Nada de baloncesto. ¿Escuchaste? No más.”

Y ahí terminó la charla.

No entendía bien por qué no podía jugar a los dos. Y tal vez haya habido una o dos veces en que me puse mi uniforme de pelota … pero bajo el uniforme tenía el de baloncesto para ir a jugar un poco antes de irme al diamante.

Pero realmente, desde ese día, me convertí en un pelotero.



El béisbol iba a ser mi boleto de salida de Villa Francisca.

Mi padre me lo repetía constantemente porque él siempre quiso una vida mejor para mí. El barrio en que vivíamos era bastante pobre, pero todos nos cuidábamos los unos a los otros, la mayoría del tiempo. Había mucha delincuencia, y no siempre era el lugar más seguro para vivir. Déjame ponerlo así: durante el día todo estaba bien. Todo mundo te trataba bien. Pero de noche era otro mundo. Para las ocho o nueve empezaba ya la delincuencia, y se ponía peor mientras anochecía.

Se ponía tan mal que había veces en que la policía detenía a cualquiera que estuviera en la calle y se lo llevaba al “destacamento” sin hacer ninguna pregunta. Simplemente hacían redadas y la gente desaparecía antes de que pudieras preguntar qué estaba pasando.

Así que no solo había que preocuparse de los delincuentes, sino que también había que tener cuidado de no acabar en una redada de la policía.

Simplemente parecía que uno tenía un montón de cosas por que preocuparse cuando era niño.

Si yo no estaba adentro haciendo tarea a las 6:45, entonces estaba en problemas.

Mi padre veía todo lo que pasaba en el barrio, y siempre platicaba con mi hermano y conmigo acerca de hacer siempre lo correcto. En el barrio había gente, gente que veíamos todos los días, que estaba haciendo cosas malas. Gente que rompía la ley, o robaban, o peleaban. Y mi padre siempre nos dijo que fuéramos mejores que eso.

Más bien, él se aseguró que nosotros fuéramos mejores que eso.

Teníamos que estar en la casa a las siete todas las noches. Bueno, él decía a las siete … pero a las 6:45 tenías que estar en casa. Si yo no estaba adentro haciendo tarea a las 6:45, entonces estaba en problemas. Él era muy estricto con eso. Pero hoy le agradezco cada día por eso, porque me enseñó a distinguir entre lo bueno y lo malo desde muy pequeño. My madre también me inculcó esos valores de disciplina y trabajo duro. Ella era estricta. Pero también me decía constantemente que yo iba a ser especial — que mi hora iba a llegar pronto y que iba a crecer y hacer cosas asombrosas algún día. Los dos me criaron para creer en mí mismo y en nunca pensar que hay desafíos impossibles de superar. 

Y créeme que todo lo que mis padres me enseñaron sobre hacer lo correcto, ser confiable y trabajar duro, es una gran parte de la persona que ves y que podrás llegar a conocer cuando sea lo suficientemente afortunado para jugar béisbol en Chicago.



Y bueno … acerca de Chicago.

Digo, ¿qué puedo decir? ¡No me den cuerda!

No es que quiera ponerme emocional o cursi, pero yo veo a la ciudad de Chicago como un lugar que Dios ha puesto en mi vida por razones muy especiales. Un lugar donde Él me quiso ver desde que yo era un niño pequeño allá en Dominicana.

En verdad. Como intervención divina.

No mucha gente sabe esto, pero yo he estado viniendo a Chicago a jugar pelota desde los 11 años. Mi equipo de Dominicana venía a jugar torneos en Chicago, y hasta el día de hoy recuerdo lo impresionado que quedaba yo en esas visitas.

Todo sobre la ciudad me dejaba con la boca abierta – los edificios enormes, todas las cosas por hacer y los lugares dónde comer, la energía de la gente, simplemente … todo.

Literalmente me recuerdo diciéndole a mis amigos de ese entonces que algún día yo iba a jugar ahí.

“Aquí quiero estar,” les decía. “¡Quiero jugar pelota en Chicagooo!”

Matt Marton/USA TODAY Sports
Matt Marton/USA TODAY Sports /

Cada verano hasta que cumplí los 14 hacíamos ese viaje, y cada verano crecía más mi amor por la ciudad.

Después de mi primer visita, yo empecé a leer todo lo que podía sobre Michael Jordan y veía los videos de sus mejores jugadas. Y mientras más me empecé a concentrar en el béisbol, más investigué y aprendí acerca de peloteros como Frank Thomas, Jim Thome, Sammy Sosa, y tantos otros que han jugado aquí.

Hay demasiadas leyendas que han pasado por Chicago. Y ahora mismo te digo que yo quiero estar ahí arriba, con ellos.

Quiero que Chicago se enorgullezca de mí, y poderle devolver todas esas magníficas experiencias que me regaló siendo un niño.

Y quiero ser parte del equipo que le regale otro trofeo de Serie Mundial a los fanáticos de los White Sox.

O mejor aún, varios.

Sé que puedo parecer muy joven para prometer tanto, para tener sueños tan grandes, pero no me da miedo decirlo. Yo quiero hacer cosas importantes, y espero ser parte de algo especial con los White Sox por mucho tiempo.

Algo que sé que me ayudará un montón cuando llegue a Chicago y comience mi carrera con los Medias Blancas es que siempre he sido el más joven en todos mis equipos desde que era niño.

Cuando tenía 11, me ponían a jugar con los de 13 y 14 años. Cuando cumplí l4, me fui de casa para vivir y entrenar en la academia de béisbol, y jugaba en un equipo con compañeros de 16, 17 y 18 años. Así que estoy acostumbrado a ser el novato. Estoy acostumbrado a respetar a los mayores, y a aprender todo lo posible de ellos. Sé que nadie irá leve conmigo. Sé que tengo que producir tanto como ellos, y no hay lugar para dar excusas.

Yo entiendo eso. De hecho, me encanta. Me emociona, y es parte de lo que me motiva.

Este escenario no va a ser demasiado grande para mí. Eso puedo prometértelo. Sé que podré lidiar con cualquier adversidad que venga, al fin, ya tengo práctica haciéndolo. He tenido mis reveses en este juego, y los he sabido manejar.

Harry How/Getty Images
Harry How/Getty Images /

Y, definitivamente, este viaje ha sido como una montaña rusa.

Por ejemplo, en el 2013 lloré al romperme el pie sólo unas semanas antes del día en que firman los jugadores internacionales, sólo para después llorar de alegría cuando los Cubs decidieron firmarme sin importar mi lesión. Luego, la temporada siguiente, viviendo en Arizona, estando lejos de mi familia, y sin saber el idioma …  ese tal vez fue el año más difícil de mi vida. Y es que yo me sentía realmente solo en todos los sentidos.

Fuera del campo era como un pez sacado del agua.

Recuerdo haber ido a Chipotle cuando recién había llegado al país y tratar de ordenar sin realmente saber lo que hacía. Ninguno de los trabajadores hablaba español, y sin darme cuenta ordené todas las cosas picantes que tenían. ¡Tuve que tomar vaso tras vaso de agua para poder acabarme la comida!

No fue hasta platicar con mis compañeros que supe que toda la comida en Chipotle era muy pero que muy picosa. Y cosas así me seguían pasando casi todos los días.

En el campo, solo pegué .227 ese año. Fue horrible.

Pero dos años después, en 2016, después de muchísimo trabajo, logré ir al Futures Game en San Diego, frente a muchísima gente, y pegué un home run y cuatro RBIs.

De repente todo mundo supo mi nombre.

Y luego, me cambian al otro lado de la ciudad.



No voy a mentirte y decir que ser cambiado fue fácil, o que no me dolió.

No lo fue. Y sí, me dolió.

Al principio.

Digo, nadie nunca espera que el equipo que te firmó te vaya a cambiar.

Recuerdo que cuando me llamaron para avisarme del acuerdo, de que había sido cambiado, lo primero que dije fue: “¿Por qué?”

Pensé que había hecho algo mal.

Al principio.

Luego me di cuenta que estaba cambiando de equipos…

Pero no estaba cambiando de ciudad.

Ron Vesely/MLB Photos via Getty Images
Ron Vesely/MLB Photos via Getty Images /

Y bueno, aquí estamos hoy. Tiene un poco más de un año desde ese cambio.

Estoy bateando mejor que nunca. He estado trabajando diario con un entrenador personal y un experto en nutrición. Estoy en el mejor momento de mi vida. No estoy bromeando, esto es cosa seria. Quiero ser un All-Star. Quiero llegar al Salón de la Fama. Estoy trabajando duro día a día para poder hacer mis sueños realidad.

Así que todo mundo quiere saber.

Todo mundo me sigue preguntando.

Todo mundo quiere que levante la mano y lo diga.

Bueno, ¿sabes qué?, aquí va:

Chicago, ¡estoy listo!

Aquí. Ahora.

Estoy listo.

Estoy listo para ponerme el uniforme de los White Sox. Listo para demostrar lo que puedo hacer.

Estoy listo para ser parte de esta familia, para conocer a todos los fanáticos y asegurarles que viene una nueva era para los White Sox, que vienen jugadores jóvenes listos para hacer historia.  

Quiero ser alguien que enorgullezca a los aficionados de los Medias Blancas.

Y, bueno, qué puedo decir… quiero dar palos.

Palos y palos.

¿Que si estoy listo para las mayores?

Estoy más que listo.

Desde los 11 años he esperado el momento en que pueda jugar en Chicago profesionalmente.

Y estoy seguro que mi debut con los Medias Blancas va a ir más que bien, bueno… ¡siempre y cuando no me den con la pelota en la cabeza en mi primer turno!  

¡Nos vemos en el South Side!

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