Buena Locura

Sam Robles/The Players' Tribune

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Nunca he sido muy fan de los lunes por la mañana.  

Cuando era un niño, era el peor momento de la semana. El problema no era la escuela, sino que yo me presentaba a clases sintiéndome casi muerto. A veces apenas había dormido. No me había bañado por días. Y simplemente iba y me sentaba, oliendo a aceite de motor. 

Bueno, lo que ocurre es que cada fin de semana, yo competía en las carreras de go-kart que terminaban los domingos por la noche. Podían estar a 10 horas de viaje en carro, así que era prácticamente imposible correr y a la vez volver para ir a la escuela el lunes. Pero mi familia, pues… nosotros no somos normales. Lo hacíamos de todos modos.  

Cuando mis amigos estaban divirtiéndose, El Equipo –mi papá, mi hermano mayor, nuestro mecánico y yo– salía a la carretera. Yo me llevaba mis libros y el uniforme de la escuela. Mi hermano y yo nos dormíamos en el asiento trasero, mientras mi papá conducía toda la noche. Cuando llegábamos, el sábado por la mañana, nos cambiábamos en el carro. Después, yo tomaba una “ducha”, que era llenar una taza con agua fría y aventármela en la cara.

Eso era todo. Ya estaba listo. Saltaba a mi kart y a correr.  

Cuando mi hermano y yo terminábamos la carrera del domingo, mi padre nos llevaba de regreso a Guadalajara. El lunes por la mañana ni siquiera me dejaba en casa – íbamos directo a la escuela.  

Creo que esta “buena” clase de locura me ayudó muchísimo.

Sergio Perez

Aquellos lunes no eran nada divertidos, créeme. Pero lo hacíamos por las carreras. Si a mi hermano o a mí nos había ido bien, esas 10 horas se sentían como 10 minutos. Y si no nos había ido bien, parábamos por algo de comer en la estación de servicio, y ya regresábamos igual de contentos.  

Sé que esta rutina puede ser un poco alocada. Pero para mí, cobra sentido por lo que llegaría después. Hay infinidad de pilotos en todo el mundo que quieren correr en la Fórmula Uno, ¿no? Solo 20 pueden hacerlo cada año.  

Para convertirte en uno de ellos, sin dudas, tienes que tener suerte.  

Yuri Cortez/AFP via Getty

Pero también debes de estar un poco loco.  

Creo que esta “buena” clase de locura me ayudó muchísimo. Definitivamente hay algo que viene de familia. Mi papá, Antonio, dedicó su vida a este deporte: antes de ser el mánager de Adrián Fernández, él también solía correr. Mi hermano, también Antonio, está obsesionado con las carreras. Así que está en mi sangre. ¿Pero la Fórmula Uno? De niño, nunca pensé en ella. No había pilotos mexicanos. Yo solo corría porque lo amaba.  

Y de pronto lo único que quería era correr en la Fórmula Uno.  

Sergio Perez

Al principio, mi idea era quedarme en México. Pero un día, me suspendieron. Cuando estaba en mis primeros años de la adolescencia, tenía un permiso especial que me autorizaba a competir contra pilotos mucho mayores. Esa temporada, el ganador del campeonato podría probar en los autos de Fórmula, así que mi plan era ganar y después llegar a la Escudería Telmex. Estaba liderando el campeonato, pero tuve un choque con otro piloto que tenía mucho poder dentro de la Federación Mexicana de Automovilismo. Resumiendo la historia, me quitaron la licencia.  

Estaba fuera. Campeonato terminado. Por entonces no lo sabía, pero sería mi última carrera en México por más de una década.  

Por suerte, Telmex se enteró de mi situación y me permitieron hacer el test de todas formas. Cuando tenía 14 años, terminé corriendo para ellos en el Skip Barber National Championship de Estados Unidos. Y estaba muy feliz. Pero un día, visité a mi hermano, que se había mudado a Reino Unido para correr en la Fórmula Cuatro. Cuando vi lo muy profesionales que eran las cosas allí, me di cuenta de que los mejores pilotos estaban en Europa.  

Y de pronto lo único que quería era correr en la Fórmula Uno.  

De algún modo, tenía que llegar a Europa.  

Esto era bastante complicado. Primero que nada, necesitaba una escudería que me hiciera una propuesta. Era súper caro, así que necesitaría un patrocinador. Mi papá y mi hermano tenían buenos contactos en el automovilismo, pero no podían arreglarme eso. Estaba por mi cuenta, y no tenía idea de cómo hacerlo.   

Pero llegado a este punto, ya estaba completamente obsesionado. Así que pensé un plan. De regreso en México, me despertaba a las 3 de la madrugada de cada día y comenzaba a llamar a los equipos de Europa. Hoy es fácil, ¿no? Encuentras todos los datos online. Veinte años atrás era mucho más difícil. Telefoneaba a las escuderías con un inglés rudimentario y les rogaba una oportunidad. Les escribía correos electrónicos. Les mandaba faxes en medio de la noche. Gracias a un sitio de traducciones online, logré armar un guión que pegaba en los emails o que podía leer por teléfono.  

Creo que mi elevator pitch, como se le llama, era más o menos así: 

Hola, soy Sergio Pérez,

Soy un corredor mexicano, MUY rápido.  

(Y luego, la línea matadora.)

… Y tengo un patrocinador.

¡¡¡Eso era todo!!! Muy bueno, ¿verdad? El patrocinador era importante, porque si sabían que yo tenía el dinero, se interesarían por mí. Por supuesto, no tenía ningún patrocinador, pero podía pensar en eso después.  

Continué con esta rutina por semanas. Hasta que un día, después de clases, me di cuenta de que algo extraño estaba ocurriendo. Mi mamá, Marilú, venía a recogerme, y siempre llegaba tarde. Pero ese día, me esperaba muy puntual. Había llegado más temprano que muchos otros padres.  

Me subo al carro esperando algo como “¿Y qué tal tu día?”. Mi mamá es muy buena onda. Pero no bien cierro la puerta, empieza a gritar.  

“¿QUÉ HAS ESTADO HACIENDO CON EL TELÉFONO?”, dice. 

Y yo: “Bueno, de hecho, estuve llamando a los equipos en Europa…” 

Y ella interrumpe: “¿ACASO ESTÁS LOCO? ¿¿¿PERO TIENES IDEA DE LO CARO QUE ES???”

¡Se estaba poniendo frenética! Pensé que quizás estaba exagerando, pero cuando vi la boleta… wow. Las llamadas costaban como 10 veces más de lo habitual. Y supongo que tantas horas online y tantos faxes a la medianoche tampoco ayudaron. Así que sí, estaba súper enfadada. Y no acababa de entender lo que yo había estado haciendo, ¿sabes? Para ella, yo era sólo un niño dilapidando dinero jugando con el teléfono. Cuando le expliqué que estaba tratando de conseguir mi sueño, se aseguró de que todas las llamadas a Europa fueran bloqueadas.  

Eso sí que fue una pesadilla, porque lo único que me quedaba por hacer era mandar los emails. Mirando hacia atrás, creo que podría haberme dicho: “Checo, esto es una locura, haz otra cosa”. 

Pero digamos que me quedé en línea. Un día, me puse en contacto con un tipo llamado Günther Unterreitmeier, que tenía un equipo pequeño en la Fórmula BMW alemana. Su inglés era casi tan malo como el mío, pero gracias a un amigo mío que hablaba alemán, entendí que me estaba ofreciendo una propuesta muy básica. Así que, por supuesto, la acepté. No es que yo estaba con bajo presupuesto… directamente estaba sin presupuesto.  

Me sentí en el paraíso. Finalmente había logrado mi puerta a Europa.  

Ahora sólo tenía que convencer a Carlos…  

Era muy afortunado. Había conocido a Carlos Slim, el auténtico, desde que era un niño, gracias a mi padre y a su trabajo para Adrián Fernández. Carlos también era el hombre detrás de la Escudería Telmex, así que siempre fue importante para mí. Pero lograr que me enviara a Europa era otra historia. No se había hecho rico precisamente por tirar su dinero, y claramente no tendría ningún plan de enviar a un chavo de 14 años al otro lado del mundo. Tampoco me interesaba saberlo, yo sólo sé que eso era lo quería más que a nada. Y entonces se lo pedía así: “Por favor, porfaaa, ¿puedes ayudarme a llegar a Europa?”

Cada vez que lo hacía, él me respondía con las mismas palabras.  

“Hijo, es demasiado pronto”. 

“No necesitamos ir a Europa”.

“Estados Unidos está muy bien”.

“Esperemos un poco más”.

Bla bla bla. 

Y cada vez que me respondía, yo no estaba de acuerdo. Cuando recibí la oferta de Günther, volví a llamar a Carlos. ¿Que si me escuchó? Naaaah. Para nada. Jajaja. La única razón por la que cedió, creo yo, es que vio a un niño que de verdad anhelaba hacerlo. Estaba desesperado. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera. Al final, probablemente se haya cansado tanto de mí que quizás vio el negocio de mandarme a otro continente.  

En mi familia estaban eufóricos. Poco tiempo después estábamos conduciendo hasta Toluca con un boleto de ida a Munich. No pude dormir en el avión. Seguía imaginándome cómo sería estar con esos grandes pilotos. Nos íbamos a divertir tanto. 

Mark Thompson/Getty

Cuando aterricé, vi a Günther por primera vez. Casi que quería preguntarle: “¿Y entooonces… ¿dónde están todos los pilotos?”. Me llevó al lugar en el que iba a vivir, un viaje de unos 40 minutos. Mientras miraba por la ventana, empecé a ver que los lugares se hacían más y más pequeños. Los colores se volvían cada vez más verdes. Y yo pensaba: “¿Pero qué es esto? ¿¡Aquí ni siquiera hay casas!?”

Bajamos en un pequeño pueblito. Este era mi nuevo hogar.  

Campos. Árboles. Tractores. 

Yo estaba completamente en shock.  

Nadie me había explicado que yo iba a vivir así. Tienes que entender lo difícil que podía ser para mí. Yo estaba acostumbrado a vivir en Guadalajara, una ciudad de 1,5 millones de habitantes. Como cualquier otro niño mexicano, era el más feliz del mundo cuando estaba pasándola bien con mis amigos. Soy latino, así que también estoy muy apegado a mi familia. Necesito gente a mi alrededor.  

Y de pronto me encontraba en este hotel, que era conocido por ser el lugar donde paraban los camioneros para dormir. Estaba solo. No tenía nada para hacer. Llamar a casa era muy caro. Tenía a mis amigos en el viejo Messenger, pero no tenía Internet. Incluso si encontraba gente, no hablaba alemán y tenía un muy mal inglés. Mi único amigo era Günther, a quien sólo veía el fin de semana. El resto de la semana me la pasaba matando el tiempo en el gimnasio.  

Al tercer día, ya sentía que estaba volviéndome loco.  

Un mes después, cuando las pruebas de invierno habían terminado, tuve mi primer viaje de regreso a México. No puedo decirte lo fantástico que fue volver a ver a todos otra vez. Cuando abordé el avión de vuelta a Alemania, no quería irme. Lo hice sólo porque era una gran oportunidad para mí, pero no estaba contento.  

Me quedé en el hotel por otros tres meses. Fue muy, pero muy, duro.  

Por suerte, logré salir. Un día, Günther abrió un restaurante y me dijo que podía vivir en el departamento del piso de arriba. Y yo pensaba: “Seguramente que será mejor que este hotel”. 

Bueno, lo era. Al menos empecé a ver gente dando vueltas. Como no iba a la escuela en Alemania, tomé el rol del asistente del chef. Nada mal para alguien al que nunca le había gustado la cocina. Y a decir verdad, lo disfruté muchísimo. Comparado con el hotel, se sentía como un paraíso.  

En los años siguientes, todo sucedió muy rápido. Cuando tenía 17, me fui a Oxford para correr en la Fórmula Tres británica. Dos años después ya lo estaba haciendo bien en la serie GP2.  

Después de mi segunda temporada allí, conseguí llegar a Sauber.  

De repente, ya estaba en la Fórmula Uno.  

Esto fue en 2011 y cambió mi vida para siempre. Es gracioso cómo puedes estar corriendo coches por años y ser un completo desconocido, pero luego llegas a la Fórmula Uno, y todo el mundo sabe quién eres. La noticia fue muy grande en México, porque no habíamos tenido un piloto en la categoría en 30 años. De pronto comienzan a reconocerte en las calles. Te elogian, te juzgan, te critican. Tienes más trabajo, más presión, más compromisos.  

En la pista, tú tienes el control. Fuera de la pista, la Fórmula Uno te controla.  

Pero lo más difícil es permanecer en la Fórmula Uno. He tenido algunos momentos hermosos, como volver a México en 2015, mi primera carrera desde que me habían suspendido. Nunca olvidaré el apoyo y el amor del pueblo mexicano aquel día. Aprendí mucho de todos los equipos para los que corrí. Pero en 2020, cuando pensé que ya no conseguiría otro contrato con Racing Point, parecía que todo se terminaba. Sentí que podía ser mi última temporada en la F1, y casi que lo fue. Estuvo muy cerca.  

Yuri Cortez/AFP via Getty

De hecho, ya había empezado a empezar mi vida sin el automovilismo. Y entonces Red Bull me hizo un ofrecimiento en la última carrera del año, y por supuesto que estuve muy feliz de aceptarlo.  

Competir para Oracle Red Bull Racing es un enorme privilegio, ¿sabes? Con semejante coche, por poco tienes asegurado la chance de pelear por una victoria cada fin de semana, que es lo que quieres. Mi perfil creció por ser parte de la familia de Red Bull, porque es una marca muy importante. Algo que también es fundamental es que la relación con los mécanicos sea tan buena. Estamos obsesionados con ganar y nos divertimos, lo que es muy importante, ya que pasamos mucho tiempo juntos. O sea, ¡los veo más a ellos que a mi esposa! 

Me siento muy afortunado por continuar viviendo este sueño. Al igual que con cualquier otro trabajo, hay algunas cosas que no disfruto. El entrenamiento, la prensa, las carreras… todo es muy intenso, y eso te limita el tiempo con tu familia. Cada 1º de enero yo sé lo que voy a estar haciendo cada día del año. Un día estás en Australia, al día siguiente estás en Europa. He estado viviendo así por más de 10 años, así que estoy acostumbrado, pero cada vez que puedo regresar a Guadalajara, lo hago. Viajo con mi mujer y mis tres hijos, veo a mis familiares y disfruto con mis amigos. Vuelvo a ser una persona normal. A veces, hasta me olvido de que soy un piloto de carreras.  

Clive Mason/Getty

Los compromisos que tienes alrededor del automovilismo son el precio que pagas. Para algunas personas, pueden sentirse demasiado. Para mí, cuando veo cómo disfruto –con las carreras, con mi equipo maravilloso de Red Bull Racing, con la gente de México–, se sienten como si nada. Siempre he estado contento de pagar ese precio.  

De algún modo, ese precio siempre estuvo allí. Es gracioso recordar mi vieja rutina, cuando estábamos 10 horas en la carretera por la noche para llegar a la escuela el lunes por la mañana. No era agradable. No era confortable. Me dolía la espalda por dormir en el carro. Y entraba a la clase al lado de niños y niñas “normales” que se preguntaban qué había estado haciendo. 

¿Y qué hay de tus calificaciones?

¿De verdad vale la pena? 

¿Por qué te estás sometiendo a esto? 

No tenían modo de entenderlo. Ellos soñaban con ser médicos y abogados. Y yo me sentaba allí, tratando de no dormirme, oliendo como a un taller mecánico, y pensando en la carrera. E incluso allí, en ese momento, no podía imaginarme haciendo ninguna otra cosa. 

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