Un Lindo Sufrimiento

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Le tengo que dar un gran abrazo a mi mamá, Silvina. 

Sin ella, nada de esto hubiera pasado. No sería campeón de la Premier League. Y por supuesto que no sería campeón mundial. Quizás muchos fuera de Argentina ni siquiera sabrían quién soy.

En diciembre de 2020, haciendo un FaceTime con ella, me largué a llorar. Yo estaba en mi departamento en Brighton, ella estaba en su casa en Buenos Aires. 

“Ma, no puedo más. Me vuelvo a casa. Necesito irme de acá,” le dije. 

En ese momento, yo casi no estaba jugando para el Brighton. Era frustrante, porque tenía la camiseta 10 de un club de la Premier League, que es el sueño de un montón de chicos en Argentina, pero a la vez no era nadie. Mi nombre no era nada. Parecía como una maldición.

El Brighton me había comprado en 2019. Al principio me mandaron a préstamo a Argentinos, que es el lugar donde yo crecí. Después, pasé un año a préstamo a Boca, club del que soy hincha. Y estaba muy contento, disfrutando un montón. Pero a los seis meses cambió la dirigencia y ahí tuve mi primer gran golpe en el fútbol. 

Para mí era un sueño estar en Boca. Quería quedarme y disfrutar de esos seis meses más, pero como el préstamo era sin opción, los dirigentes no querían que me quedara. Y para mí no fue nada fácil tener que irme de esa manera, porque la persona que tomó la decisión fue Riquelme, que era mi ídolo. Yo crecí admirándolo, porque dentro de la cancha era el mejor jugador que había. Así que imagínense lo difícil que fue vivir todo eso.

Cuando llegué a Inglaterra a principios de 2020, entré en un partido, y a los pocos días, el mundo se paró. COVID. Pum. Se cerró todo. Sin fútbol. Sin amigos. Y lo peor es que estaba en un país donde ni siquiera hablaba el idioma. De hecho, empecé a aprender inglés básico por Zoom. 

“Hola. Hello. My name is Alexis. How are you? Nice weather today we are having. Mucho rain.” 

“Bien, Bien. Decilo una vez más.” 

“Hello. My name is Alexis….” 

Jajaja. Muy deprimente.

Los futbolistas siempre decimos que tenés que hacerte hombre desde muy temprano. Quizás la gente crea que porque uno jugó en Boca, o juega en el exterior, ya está maduro. Pero por otro lado, estando solo, uno no deja de ser un chico. Un chico que llama a su mamá todos los días para preguntarle desde cómo encender el horno hasta dónde poner el detergente. 

Y estando solo, pasándola mal, sin jugar, te bajoneás. Muchos no lo saben, pero para las Fiestas, cuando se jugaban los partidos a puertas cerradas, yo ya tenía las valijas listas. Literalmente, ya había preparado todo. Tenía dos ofertas para irme, una de Rusia y otra de España, y ya me había hecho la idea. Mi mamá estaba en Buenos Aires y yo la llamé un día llorando. “No doy más. Largo todo”. 

Pero viste cómo son las madres… siempre saben lo que hay que decir, ¿no? 

Y en esa charla, ella me hizo acordar cuando era chico, cuando jugábamos en el patio con mis hermanos…

Cuando empezábamos, y el pastito ya estaba todo verde parejito y suave…

Y cuando terminábamos, lleno de barro y pasto cortado por todas las veces que nos tirábamos al piso y nos matábamos a patadas. 

Uno contra uno contra uno. Guerra total. Un hermano con un dedo lastimado, el otro con el cachete cortado, el otro con la frente sangrando... 

“¡Che Ale, no vayas a llorarle a mamá! Es un poquito de sangre nada más”.  

Y si alguien le pegaba muy mal, ahí le gritábamos: “¡¡¡Costacurta!!!!” 

(Un chiste especial para los hinchas de Boca)

Un Lindo Sufrimiento | Alexis Mac Allister | The Players’ Tribune | Liverpool | Argentina
Cortesía de Alexis Mac Allister

De chico, cuando las maestras me preguntaban qué quería ser de grande, yo las miraba como si me estuvieran cargando. 

“¿Qué quiero ser? ¿¡Cómo qué quiero ser!? ¡Futbolista, por supuesto!”

La mayoría de la gente cree que es porque mi papá es El Colorado, un ídolo de Boca. Pero la verdad es que mi papá podría haber sido plomero, y yo igualmente iba a estar obsesionado con ser jugador de fútbol. Me acuerdo la primera vez que nos llevó con mis hermanos a ver un partido a la Bombonera.

Para hacer las últimas dos cuadras tardamos como una hora. Todos lo paraban, le pedían una foto, un autógrafo, querían hablarle… Ese fue el comienzo de toda la pasión, empezar a entender lo que era mi papá, el jugador de fútbol. Fue el comienzo de todo el camino.

Y también nos hizo aprender mucho, porque si había algún jugador que se mandaba una cagada, bueno… desde la tribuna quizás lo puteabas, ¿viste? 

“¡Dale pelotudo! ¡Largalaaa!” 

Hasta que mi papá me dijo: “Ale, basta. Vos querés estar algún día, ¿no?”

Le dije: “Sí. Más vale.”

Y me contestó: “Bueno, desde acá arriba parece todo fácil. No tenés idea de lo que realmente se siente estar ahí. No te quiero escuchar putear a un jugador nunca más”. 

Cuando mi papá me dice algo, yo escucho. 

Metí la cola entre las patas y pedí disculpas. (Y hasta el día de hoy, sólo puteo frente a la tele y si estoy solo en casa, jajaja). 

Mi papá hizo un trato conmigo. “Nunca te voy a pedir que hagas un millón de cosas,” me dijo. “Todo lo que te estoy pidiendo es que elijas una sola cosa. Y lo que sea que elijas, siempre lo hagas con pasión”. 

El mismo trato hizo con mis hermanos.

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Cortesía de Alexis Mac Allister

Un poquito más grandes, ya jugábamos los tres en Argentinos Juniors, y todos los días íbamos al entrenamiento en un Ford Ka negro, de 1,6 litros, una hora y media de viaje. Le llegabas a encender el aire acondicionado en un día de verano y le costaba arrancar. Lo llamábamos La Cuca, por la cucaracha. Si te imaginabas que íbamos a tener un Audi, claramente no conocés a mi papá. No, por supuesto que tuvimos mucha suerte, pero la bendición de El Colorado tenía sus límites. Le pasamos La Cuca de mi hermano mayor, Francis, a Kevin, y después finalmente me tocó a mí. Manejamos como 10 millones de kilómetros en ese auto. A mí me gustaba escuchar reggaetón, pero un verano mis hermanos se pusieron muy fans de La Mona Jiménez. Me encanta el cuarteto, pero era lo único que escuchaban. Para mí, La Mona era el sonido del fútbol.

Ramito de Violetas….

Beso a beso…..

Tres Mac Allister en un Ford Ka, por la autopista, con La Mona a todo lo que da…

Dios.

“Dale, dejame poner mi música. Una vez sola”. 

“Callate, Ale. ¡Respetá a los mayores! ”

Y cuando estaba en el Brighton, haciendo banco, solo, me dio mucha nostalgia por esos tiempos. El pasto siempre parece más verde del otro lado, ¿no?  Y yo quería volverme a casa, mal. Pero mi mamá me hizo ver la luz. 

“Ale, ¿te acordás de lo mucho que quisiste esto? Tenés que aguantar, hijo. No podés abandonar ahora”. 

¿Te imaginás si me hubiera ido a España? ¿O a Rusia? Hoy en Inglaterra yo sería uno de esos nombres difíciles que hay que adivinar en los concursos que se hacen en los pubs. 

“Siguiente pregunta, ¿quién era el argentino con nombre irlandés que jugó 15 partidos para el Brighton?”

“Ahhhh, mierda. ¿Cómo se llamaba? Mac algo… ¿Qué le pasó al final?”

Pero no, ese no fue mi destino. Mi mamá me salvó. 

Y después de Navidad, en la segunda parte de la temporada, tuvimos tantas lesiones en el equipo que básicamente no hubo otra opción que hacerme jugar. Me imagino que debía haber mucha gente mirando Match of the Day y preguntándose, “¿Y este Mac Allister de dónde salió? ¿Es escocés? ¿Es de Argentina? ¿¡Qué!? ¡¿Este de la barba colorada?!” 

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Nick Potts/Pool via Getty Images

Cuando le metí dos goles al Everton en enero de 2022, ahí terminé de hacer el click. Me hace acordar a una historia que me contó mi papá cuando yo era un pibe. Al principio, a él le costó adaptarse a Boca. No la estaba pasando nada bien y no podía entender dónde estaba el problema. Había hecho de todo para cambiar la suerte. Hasta que un día, como último recurso, se cambió los tapones por los más altos que pudiera encontrar.  

Y ahí arrancó a jugar con el cuchillo entre los dientes. 

Empezó a pegar patadas, a ir mucho al piso. Tenías que matarlo para pasarlo. Todavía no puede explicar por qué, pero esos botines le cambiaron la mentalidad por completo. Cada jugador tiene ese click. Para mí, fue el día en Goodison. Me transformé en algo distinto.

Faltaban 11 meses para el Mundial, y me acuerdo que mi viejo me decía: “Ale, si seguís jugando desde el arranque en la Premier League, vas a estar en la Selección”.

Y yo le respondía: “No, pa, vos estás loco. Tienen el grupo armado. Acaban de ganar la Copa América. Es imposible”.

“Ale, te digo, vas a ver…”

Él se fija mucho en las estadísticas, los datos… y me vivía mandando un montón de screenshots…

“Ale, mirá, este tiene jugado el 51% de los partidos en su club. Vos estás en el 73%.”

Jajajaja. OK, pa. Seguro, seguro. 

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Chris Brunskill/Getty Images

Cuando De Zerbi llegó como nuevo entrenador en el inicio de esa temporada, unos meses antes del Mundial, todo cambió para mí. Lo principal que me ayudó a mejorar fue el escaneo de la cancha y los perfiles. Como sacarle fotos mentales al tablero de ajedrez cada dos segundos. Miramos mucho a Ødegaard como ejemplo de eso. Para mí, él es uno de los mejores en escanear la cancha. Nunca para de moverse. De Zerbi me dio ese regalo, y eso llevó mi juego a otro nivel. 

Y así, jugando muy seguido, la idea del Mundial no parecía tan lejana como antes. Nunca me voy a olvidar cuando recibí el llamado de mis sueños. Mi papá tenía razón... De verdad iba a ir a Qatar. Los llamé de inmediato a él y a mi mamá por FaceTime, y nos pusimos a llorar.

De apenas jugar un partido en el Brighton, a ir al Mundial tratando de hacer historia para Argentina.  

Y en el primer partido, definitivamente hicimos historia. Pero por los motivos equivocados. Con todo el respeto por Arabia Saudita, pero jugaban con una línea tan adelantada que cuando miramos el video antes del partido, pensábamos: “Olvidate, si no juegan perfecto por 90 minutos, les vamos a meter 15”. 

Lamentablemente, jugaron perfecto. 

Y les metimos 2 o 3 goles, pero los muchachos del VAR nos dijeron que había una uña en offside. 

Todo alrededor de ese partido parecía al revés. En el segundo tiempo, cuando ya íbamos perdiendo, los suplentes estábamos calentando. Yo miraba al banco, con la esperanza… De repente veo al técnico que me llama. “Dale, ¡vamos!”. 

Se me puso la piel de gallina. Okay, acá vamos. Voy a jugar en un Mundial. Empecé a correr hacia el banco.  

Y ahí empezó a mover las manos, tipo, No, no, no. 

Estaba señalando al que estaba atrás mío. 

“¿Eh?”

“¡Él! ¡Él!”

“¿Qué?”

“¡Vos no, él!” 

Jajajaja. ¡En el Mundial! La peor parte es que mi familia estaba sentada justo atrás del banco. Me di vuelta y ahí lo vi a mi papá, que movía la cabeza como diciendo, “Ay Dios, Ale, ¿qué mierda?” 

Todavía me sigue cargando con ese momento.  

Arabia Saudita sufrió por 90 minutos, pero sorprendió al mundo.  

Y al terminar el partido, llegó nuestro momento de sufrir. En los medios ya nos estaban matando. Creo que todos estábamos sintiendo la presión, pero por suerte teníamos a Leo para que diera un mensaje. Y ahí le dijo a la gente que había que seguir creyendo, que no los íbamos a dejar tirados. 

Palabras simples. Pero cuando lo dice Leo, de verdad lo creés. 

Por suerte, como argentinos, sabemos cómo sufrir. Es nuestro ADN. En el fútbol hay 90 minutos por un motivo. Si jugás perfecto por 80 minutos, pero no sabés cómo sufrir los últimos 10, nunca vas a ser campeón. 

Como país, creo que es nuestro secreto. Quizás hasta que disfrutamos un poco toda esa locura, ¿no?  

Si no mirá lo que pasó en los cuartos contra los holandeses, cuando se armó la batalla y empezamos a pelearnos. Como argentinos, en ese momento jugamos de local. Nos encanta. Me acuerdo que cuando saltaron los del banco de ellos, Bergwijn se me vino de frente y me quiso agarrar, con una cara muy intensa. Estaba sacado de verdad, como si me fuera a pegar. Y a mí me dio un poco de risa. No pude evitarlo. Lo miraba como “¿No lo estás disfrutando? Es como una peleíta, como con tus hermanos en el jardín. ¿Qué problema hay?”

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Liu Lu/VCG via Getty Images

Virgil y Cody siempre me hablan de este momento, y se quejan: “Ahhh, pero ustedes los argentinos son unos cancheros. Siempre presumiendo”. 

Y yo nada más me río. 

¿Qué les puedo decir? Ustedes la empezaron, hablando de más. Como argentinos, es como si nos hubieran invitado a una fiesta. 

Ese momento nos marcó el tono para el resto del torneo. No teníamos ningún miedo. Y es muy raro, porque desde que soy chico, siempre tenía nervios antes de jugar un partido, que no es nada malo, porque te mantiene alerta. Incluso cuando tenía 8 o 9 años, ya tenía esa sensación de mariposas en el estómago. Pero te juro que no estuve nervioso para nada en todo el Mundial. Ni siquiera contra Francia. 

La noche antes de la final, dormí 10 horas. 

La mayor parte del partido, para mí es como una nebulosa. Pero la imagen que siempre me viene a la cabeza de la final es cuando le pasé la pelota a Di María en la jugada del 2-0. 

Angel. El Fideo es una persona muy especial, que sufrió muchas críticas durante su carrera. No se lo valoró como debería. Cuando lo metió, corrí hasta él para festejarlo, y estaba llorando. Pero realmente llorando. Fue muy fuerte. 

Imaginate, acabás de meter un gol en una final de Mundial, y se siente como un desahogo, no como una alegría. Me imagino los recuerdos que se le debían venir a la cabeza.  

Sé que hay muchos países que aman el fútbol, pero para Argentina, es algo espiritual. A veces pienso que significa demasiado para nosotros. La cara de Angel era la cara del país. Había tanto dolor mezclado con tanta alegría.

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Maja Hitij/FIFA via Getty Images

Y después, por supuesto, en el alargue, el Dibu nos salvó a todos. Salvó a todo el país. 

122:40

A mí ya me habían sacado. Estábamos 3-3, yendo a los penales. En el banco estábamos todos muy tranquilos, esperando el final. El estadio entero en ese momento estaba tranquilo. Una sensación rara. Y de repente, así de la nada, silencio total. Fue como si de repente le sacaran el aire a toda la cancha. Durante tres segundos, nadie respiró. 

Lo único que me acuerdo es esta camiseta azul frente al Dibu. Solo, sin marca. Nunca me sentí peor.  

Pensé, Se terminó. No hay forma. Perdimos el Mundial. 

Pero ya sabés lo que decimos sobre los arqueros en Argentina, ¿no? 

“Para ser arquero, o tenés que ser un loco o un boludo” 

Gracias a Dios lo tenemos al Dibu, el más loco de todos. Siempre digo que tiene el espíritu de un chico jugando al fútbol. Hace cosas que sólo un nene pensaría en hacer, porque juega con el momento.

La única forma para describir esa atajada es acordarme cómo era cuando eras un chico, saltando en la cama, pretendiendo ser Buffon o Casillas o El Pato Abbondanzieri. ¿Me entendés? ¿O éramos nosotros con mis hermanos los únicos que hacíamos eso? Cada vez que mamá se iba a comprar algo, nos metíamos en su cuarto, que tenía la cama más grande de la casa. Esa era nuestra cancha, por una hora. Uno de nosotros tiraba la pelota, otro tenía que saltar y hacer atajadas sobre el colchón, haciendo como El Pato.

Volando con los brazos y las piernas abiertas, como una estrella de mar. Haciendo lo imposible. 

“¡¡¡El Pato!!!! ¡¡¡Dios mío!!!! ¿¿¿Cómo la atajó???”

Eso mismo es lo que hizo el Dibu esa noche. Se sacó la pierna de lugar como un nene saltando sobre la cama, y así nos devolvió la respiración a 45 millones de argentinos.

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David Ramos/FIFA via Getty Images

Me acuerdo que miré a los otros en el banco, y estaban todos como en shock. Nadie habló. Nadie pestañeó. Creo que fui el único que reaccionó.  

Y grité: “¡La sacó! ¡¡¡Qué pelota que atajó este hijo de puta!!!” 

Me miraban como si hubieran visto a un fantasma. Shock absoluto.  

Después de eso, no me acuerdo de casi nada. En los penales, yo estaba como en otro mundo. Cuando Gonzalo la metió y fuimos campeones, no sabía ni cómo festejar. Todos corrieron con Dibu y con Leo y se abrazaban, y yo me quedé parado solo, aturdido. No sabía para qué lado enfilar. Me di vuelta y vi a mi familia, sentados atrás de nuestro banco, y los saludé con la mano.  

Como un nenito después de su primer partido. Jajajaja.  

“Hola, ma. Hola, pa. ¿Jugué bien?” 

Me saludaron con los ojos llenos de lágrimas.

Y después me di vuelta y me encontré con uno de los árbitros. No sabía qué decirle, así que lo saludé como si fuera un partido cualquiera.  

“Oh, hola. Buen partido, ¿eh? Buena actuación. Gracias, juez.” 

Y seguía pensando: “No, esto no puede ser. Hace dos años yo estaba en la lona. No lo puedo creer. Esto no es posible…

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Cortesía de Alexis Mac Allister

Después me acuerdo que mis viejos entraron a la cancha para festejar conmigo, y fue la primera vez en mi vida que vi a mi papá llorar.  

Lo siguiente que me acuerdo es que estamos en un avión volviendo a casa, y aterrizamos y hay 5 millones de personas en la calle. Creo que es la escena más importante que tengo en mi vida, porque hasta ahí no caíamos o no entendíamos lo que estaba pasando. La gente que corría al lado del colectivo por kilómetros. Los más grandes que nos gritaban: “Gracias, gracias, gracias. Esperamos 36 años por esto.”

Era mucho más que fútbol. A mí nunca me gustó meterme en la política ni nada, pero igual sabía que la situación económica estaba muy, muy mal. La gente hacía lo que podía para sobrevivir. Pero mucha gente me dijo que durante ese mes, el país entero se paró, y sufrieron en cada pelota con nosotros. Y se olvidaron de todo lo demás. Quizás por eso no sentí los nervios. No sé. Lo que sé es que va a pasar un largo tiempo para que me olvide de esa gente corriendo al lado del colectivo con el calor de locos de ese día. 

Me imagino diciéndole a mis nietos, ya de viejito: “¿Te conté de esos nenes? Abajo del sol, ese día en el que todo el país estaba festejando…” 

“Sí, abuelo.” 

Jajaja.

Nos tuvieron que sacar en helicóptero. Así de loco estuvo. Estábamos flotando arriba de 5 millones de personas siendo campeones del mundo. Unos días después, estaba de vuelta en Brighton. Inglaterra, en pleno enero. Frío como la mierda. Lluvia sin parar. Jajaja. Una locura. Y me acuerdo de que Adam Lallana viene después del entrenamiento, se sienta y me dice: “Cuando vi los primeros partidos, parecía que Leo te pasaba la pelota, sí. Pero en la semifinal y en la final, parecía que él te estaba buscando. Como si tuvieran una conexión especial.”  

No sé si habrá sido verdad. Pero para mí es un honor nada más que me nombren en la misma oración que a Leo. Adam había visto todo lo que yo había tenido que bancar en Brighton. Que él me haya dicho eso, para mí significó algo único. 

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Tomas Cuesta/AFP via Getty Images

No tenía idea de cómo iba a cambiar mi vida después.  

Al final de la temporada, Jürgen Klopp vino a verme. Fue un poco como una escena de James Bond. Se tomó un avión y nos encontramos en secreto en un lugar a mitad de camino de Brighton. Me sorprendió mucho que él hiciera semejante movida por mí. Sí, yo había ganado un Mundial, pero no era ninguna estrella. Tomamos un café, me explicó que realmente quería que yo fuera al Liverpool, que le hacía acordar un poco a Gündogan, a quien él había tenido en Dortmund y que se transformó en uno de los mejores mediocampistas del mundo. Box-to-box, de área a área. Es muy gracioso, porque cuando yo era chico, mi papá siempre me gritaba desde la tribuna…  

“Ale, ¡al área! ¡Al área!” 

Cada vez que cruzábamos la mitad de la cancha.  

“¡¡¡Al área!!! ¡¡¡Al área!!!”

No sé, quizás él veía en mí lo mismo que vio Jürgen. 

“No te quedes. ¡¡¡Al área!!!” 

Desde el momento que hablé con Jürgen, sabía que se iba a dar lo del Liverpool. No fue tanto lo que él dijo, sino lo que transmitía como persona. Fue una gran charla, y ese fue el inicio de una relación espectacular. 

El club prácticamente se había desprendido de todo el mediocampo. Un grupo icónico que había ganado todo. Cuando llegamos Dom, Ryan, Endo y yo, nos sentimos cómodos pero jugando a nuestro modo. El anterior mediocampo era muy heavy metal. Nosotros éramos jugadores distintos. Menos directos. Nos gusta más jugar. Pero si tenés a jugadores como Mo, Lucho y Cody arriba, ellos quieren la pelota para ayer. Nos llevó un tiempo adaptarnos. 

Nunca me voy a olvidar el día que fuimos a Luton, empatamos 1-1, llegamos al vestuario y sabíamos que habíamos jugado muy mal. 

Pero ahí llegó Jürgen y mandó el mensaje que todos necesitábamos escuchar.  

Con honestidad y sin vueltas, dijo: “Mi viejo mediocampo hubiera tenido los huevos de ir y ganar este partido”.

Yo miraba el piso, pensando: “Puta. Ok. Tiene razón”

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Liverpool FC via Getty Images

Creo que ese fue el punto de quiebre para nosotros. Empezamos a jugar más al filo, más directo, más rápido. Más huevos. Y empezamos a ser muy unidos como grupo, especialmente después de que Jürgen anunció que se iba a ir. Eso fue un shock total. Me acuerdo que recibí un mensaje de alguien del club diciendo que había una reunión muy temprano. Eso nunca había pasado. Así que sabía que había algo raro. Pero después entré al vestuario, y estaba sentado al lado de Mo.  

Le pregunté: “¿Qué pasa?”

Me dijo: “El técnico se va.” 

Y yo: “Dale, ¿estás jodiendo, no?”

Pensé que tenía que ser una broma. Jürgen es uno de esos tipos que es tan obsesivo con el fútbol. Que ama tanto lo que hace, que pensé que tenía que ser una enfermedad o algo así. De verdad me preocupé. Pero nos explicó que solamente estaba cansado y que necesitaba un tiempo. 

Ahora puedo entenderlo mejor. La presión en este nivel es realmente intensa. De hecho estoy de acuerdo con lo que Guardiola dijo sobre la Premier. Para mí, es el torneo más difícil del mundo. Más difícil que la Champions League. La Premier League dura nueve meses sin pausa. Mentalmente, físicamente, emocionalmente… te mata. Mirá a Mo, por ejemplo. No podés imaginarte lo que hace para mantenerse al tope.  

Mo es graciosísimo. Por unas semanas, realmente traté de llegar al gimnasio antes que él, pero fue imposible. El tipo ya estaba ahí, transpirando.  

Un día le pregunté: “Pero Mo, ¿vos cuándo dormís?”. 

Y me dijo: “No me gusta si me paso de las 7 horas. Me siento cansado”.  

Jajajaja.  

“¿Vos cansado?” 

“Sí, es demasiado. Sólo necesitás 6 horas y media.” 

Quizás estaba en el gimnasio desde hacía una hora, alguien llegaba y le preguntaba: “Mo, ¿terminaste? Vamos a comer.” 


“No, no. Recién hice mis abdominales. Ahora es cuando realmente tengo que trabajar.” 

Cuando llegué al club, traté de competir con él. Pensaba: Ok, el tipo tiene 31. Yo tengo 24. Hagamos abdominales.

Mierda… Creo que hice tres sesiones con Mo y abandoné. Me levanté a la mañana siguiente, me dolía todo, apenas me podía sentar en la cama. Jajajaja. 

Mo es el que marca el ritmo de todos en el Liverpool. Es el mejor profesional que vi en mi vida. Un monstruo. 

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Joe Prior/Visionhaus via Getty Images

También le tengo que mostrar mi gratitud a Arne Slot. Fue el perfecto “puente” después de Jürgen. Es gracioso porque yo era tan cercano a Jürgen que mis compañeros siempre se burlaban: “Ahhh, Klopp es tu papá. ¡Andá a darle un abrazo a papi!”.  

¿Qué decir? Me gusta hablar con los técnicos y entender qué quieren de mí. Era igual con De Zerbi y ahora me dicen lo mismo con Arne. ¡Así que entonces tengo cuatro o cinco papás! Cuando llegó Arne, fue un gran cambio para nosotros, porque su estilo es diferente. Es menos rock and roll y más posesión, pero funcionó de maravillas para nosotros. Pero su apoyo fuera de la cancha fue lo más importante para mí. 

No quiero entrar mucho en detalle, pero también me tocó pasar por algunas dificultades muy personales en la temporada pasada. Le conté a una persona lo que me estaba pasando y le terminó llegando a Arne. Un día me llamó a su oficina. En el fútbol, nunca sabés cómo algo así puede terminar repercutiendo. Pero Arne fue espectacular en todo. Me permitió largar todo lo que tenía acumulado en el pecho, y después de eso, sentí que podía respirar un poco mejor. 

Y mis compañeros, también fueron increíbles. Siguieron haciéndome sonreír en tiempos difíciles. Especialmente los sudamericanos: Lucho. Alisson. Darwin. Hasta Taffarel. ¡Qué leyenda! Tiene casi 60 años y no hay nadie más gracioso que él.  

Como buenos sudamericanos, muchas veces nos juntamos a hacer asados o a tomar unos mates (O como sea que lo llaman los brasileños — chimarrão). Y ahí empiezan los problemas. 

Taffarel es el que te vive criticando por la técnica para cebar el mate. 

“¡Está muy caliente! ¡Está muy frío!” 

Salvo que esté hecho por manos brasileñas, a Taffarel nada le gusta.

“¡Malditos argentinos, ustedes no saben ni cómo hacer un buen asado!”

Alisson es el que trata de poner paños fríos en todas las discusiones. Lo cargamos con que es el hombre perfecto. Nunca hizo nada malo. Es lindo. Familia perfecta. Ataja bárbaro. Carajo… ¡es odioso! 

Yo le digo: “Cuando estaba en el Brighton, no entendía por qué se hablaba tanto de vos. No te tenía entre los mejores. Ahora… mierda. Tengo que admitir, sos el mejor. Bueno… vos, Dibu y Courtois!

Lucho y Darwin son como el yin y el yang: Lucho, el tranquilo, el que siempre se ríe de todo; Darwin, la locura. 

Cuántas charlas habremos tenido para intentar bajar esa locura por momentos, ¿eh Darwin?

Jajajaja.

Darwin es un tipo con un gran corazón. Tuvo que pasar mucho en su vida. Lo único malo que tiene es que no sabe cocinar. Un día nos invitó a un asado en su casa ¡y tenía un chef privado de parrillero!  

No, amigo, en Argentina esto es un crimen. 

Para él, yo estoy loco porque cuando yo hago asado, los recibo transpirando y todo lleno de carbón.  

“Hermano, estás en la Premier League. Ya no tenés por qué hacer esto.” 

No entiende, que tiene que ser a mi manera. Cada argentino piensa que sólo él sabe hacer un asado. (Y cada brasileño igual, salvo que ellos están equivocados.) 

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Paul Ellis/AFP via Getty Images

Ah, sí, y casi me olvido… en el grupo sudamericano también adoptamos a Szoboszlai. No habla nada de español, pero viene y se sienta a tomar unos mates. Es nuestro hermano húngaro adoptado. 

Todos ellos empezaron siendo grandes compañeros que se convirtieron en grandes amigos. 

Y hay uno en el grupo que tendrá un lugar especial en nuestro corazón para siempre. 

Obviamente, y con mucha emoción, quiero dedicarle este párrafo en especial a Diogo. Todavía no puedo entender cómo se nos fue tan temprano. Siempre tuve buena relación con él, pero este último año incluso más. 

Siempre fue una persona muy simple, familiera y nunca intentó aparentar algo que no era.

Un día capaz que llegaba y te pegaba el abrazo de tu vida y al otro día ni te saludaba, jajajaja. 

Nos encantaba hacernos enojar entre nosotros, y siempre encontrábamos la forma, sea en un Messi vs Cristiano Ronaldo, en un juego de cartas o en cualquier otra situación. Era parte del juego. Desde mi lado elijo recordarlo siempre con una sonrisa. 

 Y sé que con esa sonrisa va a estar apoyándonos desde arriba. Si no, fíjate en qué minuto fue el gol de Frimpong en la Charity Shield.

El 20.

Son señales… 

;-)

Aprovecho para mandarle un saludo muy grande a su familia, de la que nunca hay que olvidarse, porque son los más están sufriendo la trágica partida de él y su hermano André. Mi respeto y mi cariño para todos ellos.

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Alex Pantling/Getty Images

Por otro lado, tengo que admitir que se me cae otra lágrima al pensar que Lucho, Darwin y Taffa no van a estar más con nosotros.

Tantos mates, asados, copas de vino y momentos compartidos que se me vienen a la cabeza y que jamás voy a olvidar. Los voy a extrañar mucho y les deseo lo mejor en estos nuevos caminos que tomaron. No tengo dudas de que lo van a hacer muy bien porque tienen mucho talento.

Por suerte, Ali se queda conmigo. Una persona maravillosa que todavía no me invitó a su casa a comer asado, así que tenemos un año por delante para que cumpla su palabra.

Ese vínculo que formamos un poco me hace acordar al de mi papá con Maradona después de que se habían retirado. Terminaron jugando juntos al showbol en Argentina. Y en ese momento ya estaban grandes, tratando de volver a ponerse en forma. Iban a entrenar a la casa de Mancuso, que tenía una cancha real de showbol en su casa, con el piso azul y las paredes y todo. A veces mi papá me llevaba, y todavía me acuerdo viendo a Diego hacer cosas únicas con la pelota, y después de eso, nos sentábamos por horas a comer el asado, y ellos contaban chistes e historias graciosas de “aquellos tiempos”.   

Para mí, esto era todo normal. Él no era Maradona. Él era solo El Diego. Lo único que yo quería era patear la pelota. Si hubiera sabido lo que estaba presenciando, tendría que haber sacado muchas más fotos…

Un Lindo Sufrimiento | Alexis Mac Allister | The Players’ Tribune | Liverpool | Argentina
Cortesía de la familia Mac Allister

Pero esos momentos son lo que más amo del fútbol. La hermandad de los que amamos el juego. Quizás es por eso que me puse tan emotivo cuando ganamos la Premier League este año. Es extraño… Al día de hoy, el Mundial casi que no se siente real. Pasó demasiado rápido, un shock. Es como un sueño hermoso del que todavía no me desperté.   

Pero esta Premier League… y este equipo del Liverpool… Eso fue muy real.  

Cuando terminó el partido contra el Tottenham, me quedé de rodillas y me puse a llorar. Fue como si algo me hubiera dado directo en el pecho. Creo que es porque teníamos esta unión genuina, que es muy rara en el fútbol. Y también por la emoción de saber que voy a ser papá y que con mi novia empieza una etapa hermosa en nuestras vidas.

Muchos pueden pensar que nací en cunita de oro, que todo me resultó fácil, pero no se imaginan el sacrificio que hay atrás. Y el sacrificio de nuestras familias para bancarnos siempre, porque ellos son los que más sufren. 

Después de la tragedia de Diogo y André este verano, junto con la emoción de saber que viene mi primera hija... todo esto tiene un significado distinto para mí. 

“Ah, es sólo fútbol.”

¿Quién puede decir eso?

No, no es sólo fútbol. Esto no es sólo un club. Es nuestra familia. Son nuestros recuerdos, nuestro legado... y tenemos que disfrutarlo,  porque no sabemos hasta cuándo va a durar. 

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Liverpool FC via Getty Images

Por eso cuando uno se frena y empieza a valorar todo lo que tiene es cuando mejor vive. Y yo valoro mucho todo lo que tengo.

Al final, el fútbol es como la vida misma. Es impredecible. 

Mirá mi historia. En 2020, ni jugaba en Brighton. Lloraba con mi mamá por FaceTime, rogando volver a casa.  

Dos años más tarde, era campeón mundial.  

Después, la Copa América.

Ahora, soy campeón de la Premier League. 

Nominado al Balón de Oro. 

Eso es el fútbol, ¿no? Una locura. Lo único que puedo explicar de mi historia es que nunca me di por vencido. Es lo que querría enseñarle a mi hija dentro de unos años. Que la peleé contra un montón de cosas pero supe imponerme a todo eso. Esa es la gran enseñanza. 

Esa es la manera argentina. Quizás no nos gusta que las cosas sean fáciles.  

Sí, queremos ganar.  

Pero primero hay que saber sufrir.  

Eso es lo que lo hace más lindo. 

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