El Sueño Americano

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La primera vez que entré a un campo de béisbol, lloré.

Y lloré.

Y lloré.

O por lo menos así lo cuentan mis padres.

Yo tenía cuatro años de edad, y mi mama me había llevado a los campos de pelota cerca de nuestra casa en Barquisimeto, Venezuela. Ella quería que yo jugara béisbol como todos los otros niños que vivían en el barrio. Pero cuando llegamos, había demasiada gente. Yo era muy pequeño. Me dio mucho miedo.

Y empecé a llorar.

“Por favor, vámonos a la casa” le dije a mi mama mientras lloraba. “¡No quiero jugar!” en ningún momento me separé de mi mamá ni me acerqué a ninguno de los otros niños que llegaron y empezaron a correr y a lanzar.

Ella se agacho y me limpio las lágrimas. Y ya. Nos fuimos a la casa. Nada de Béisbol.

Unos días después, según cuenta mi mamá, yo entré a la cocina cuando mi mamá estaba haciendo la cena. Y esta vez, ella era la que estaba llorando. Le pregunté que le pasaba.

“Es que de verdad quiero que juegues béisbol, y que te guste” Me dijo.

“O.K.” le respondí. “Llévame a los campos otra vez. No voy a llorar más.”

Y resulta, que apenas jugué un poco, si me enamoré del deporte. Mi mamá estaba tan feliz. Eso nos unió mucho más.

Yo era hijo único, y mi mamá creció jugando softbol, así que ella fue la que me enseñó a lanzar una pelota, y también batear.

Ella fue mi primera entrenadora.

Hay un día que nunca olvidaré. El 21 de marzo de 1993, cuando cumplí 6 años. Al final del día de clases, mi mamá llegó al colegio y entró a mi salón. Vi que ella le dio dinero a mi profesor, y él le dio un guante que tenía guardado en su escritorio. Era negro y liso, con cordones amarillos.

“Carlos, ¿te gusta este guante?” me pregunto.

Yo asentí con mi cabeza.

“¡Bueno, este es tu primer guante de Béisbol… Feliz Cumpleaños!”

No supe ni que decir. Estaba tan feliz. Mi primer guante. Yo no había tenido un guante hasta esa edad, siempre me había tocado pedir guantes prestados de los otros niños del barrio. Y con todo y que el guante era usado, mi mamá se aseguró que yo entendiera que era igual de especial.

“Quiero que cuides bien este guante Carlos” Me dijo. “Te va a llevar a dónde quieras ir”

Carlos Carrasco

Casi todos los fines de semana, me sentaba una hora a limpiar ese guante. Lo masajeaba con vaselina en el cuero oscuro para que se mantuviera suave y brillante.

Todo lo que aprendí sobre el béisbol en ese entonces lo aprendí de mi mamá. Mi papá viajaba por su trabajo y a veces se iba por una semana o semana y media. Mi mamá era la que me llevaba a mis partidos. Y cuando empecé a lanzar, ella era la que me ayudaba a soltar el brazo. Nos íbamos al lado de la reja a calentar.

Ella fue mi primera receptora.

“Acompaña el lanzamiento” me decía siempre. Nunca voy a olvidar esas palabras.

Acompaña el lanzamiento.

Me lo decía todo el tiempo.

Cuando estaba en escuela primaria, jugaba en lo que llamábamos ‘liga invernal’ en diciembre. Era increíble porque jugábamos en un campo buenísimo que estaba afuera de la ciudad, tenía gradas y la grama estaba en buen estado. Siempre me quedaba viendo a las gradas… todo el espacio. Y cuando jugábamos en el barrio con mis amigos, me llegaban todas estas ideas – ideas inspiradas por ese campo. Nosotros no vivíamos en la mejor parte de la ciudad, pero hacíamos de todo para sentirnos como los pros. Usábamos tablas de madera como si fueran bates. Pintábamos cajas en la calle como si fueran bases.

Yo siempre pretendía ser Pedro Martínez, lanzando una recta inbateable en el séptimo juego de la Serie Mundial.

Esa era una de las cosas que más me gustaba del béisbol… me dejaba soñar.

A veces usábamos pelotas de tenis porque no podíamos comprar de béisbol.

Mi mamá se enfureció cuando se enteró.

“No, no, no” me gritó. “No puedes lanzar con esas pelotas”

“¿Por qué no?”

“Porque esas pelotas no tienen el mismo peso que las de béisbol,” me dijo. “Te vas a lesionar si no usas las de verdad.”

Por cierto, cinco onzas. Eso es lo que pesa una pelota de béisbol.

Como dije, aprendí mucho de mi mamá. Y después de eso, siempre lancé con pelotas de béisbol.

Cuando estaba alrededor de quinto grado, un amigo de mi papá, que era un scout de béisbol, le dijo a mi papa que yo quizás tendría la oportunidad de llegar a las grandes ligas.

Yo tenía 10 años.

Yo apenas y sabía cómo montar en bicicleta.

Pero, de cualquier manera, este señor de verdad pensaba que yo podría jugar en Estados Unidos. Así que mis padres y yo tomamos la decisión de firmar con él y que me mudase con él. Él vivía como a 10 minutos de mi casa, pero con la rutina que me creó, apenas y podía ver a mis papás los fines de semana.

Yo iba al colegio. Después iba a entrenar. Después iba a hacer pesas. Y después a dormir. Hice eso por tres años. Y entonces, finalmente llego el gran día. Mi primera prueba al frente de scouts de las Grandes Ligas.

“Todavía estás joven, y lanzando a 81-82” me dijeron. “Trabaja fuerte por dos años, y veremos donde estas. Vamos a venir a verte otra vez.”

Así que seguí trabajando duro.

Dos años más tarde, llegó otra oportunidad para demostrar lo que podía hacer. Recuerdo la fecha exacta: 25 de noviembre del 2003. Había como 20 scouts y 100 jugadores más intentando impresionar.

Dios mío, pensé. ¿Cómo le voy a ganar a todos estos chamos?

Vi a mi mamá, y ella podía ver que yo estaba nervioso.

“Acompaña el lanzamiento,” me dijo. “Enfócate en lo que haces mejor y solo… acompaña el lanzamiento”

Lancé 20 picheos esa tarde. Todas rectas – todas alrededor de 91-92. Ni un solo cambio. Ni una curva, ni una slider. Nada. Puras rectas.

Unas horas después, firmé un contrato con los Phillies.

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El 2 de marzo del 2004, estaba parado al frente de mi mamá en el aeropuerto. Estaba a punto de tomar un vuelo para los Estados Unidos.

Toda mi familia había venido a despedirme, pero cuando la gente empezó a abordar, mi mamá empezó a llorar. No quería que me fuera.

“Mamá, me tengo que ir” Le dije con un abrazo. “Tengo que ir a Estados Unidos.”

Tenía 16 años, y era la primera vez que me iba a montar en un avión. Estaba completamente por mi cuenta. Cuando llegué a Tampa, no sabía que hacer o que esperar. Todo era nuevo y distinto.

Un país distinto. Un idioma distinto. Reglas distintas.

Tenía tres maletas. Dos con toda mi ropa, y la tercera con todas mis cosas de béisbol. Yo pensaba que obviamente necesitaría todo eso. Estaba ahí para jugar béisbol.

Pero cuando llegué a los campos de entrenamiento de los Phillies y vi mi armario en el vestuario, me di cuenta que había cometido un error. Tenía de todo ahí esperándome – Camisas, uniformes, equipo. Había tres guantes Wilson nuevos. Y todo tenía mi nombre y el logo de las Grandes Ligas también.

Fui a la basura y boté todas mis cosas viejas, y me fui entrenar.

¿Y saben qué? El béisbol fue lo más fácil de todo. Yo sabía jugar béisbol – Correr, lanzar, competir. Lo podía hacer todo.

Lo más difícil fue el idioma.

Yo no sabía nada de inglés, no podía hablar con nadie. Ni siquiera pude hablar con mi mamá por una semana porque no sabía cómo comprar una tarjeta de llamadas – o como preguntarle a alguien que me ayudara a conseguir una. Cuando por fin pude comprar una, la llamé de una vez y le conté todo – todos los carros nuevos que había visto en la calle, mis compañeros de equipo, cómo estaba lanzando. Le conté que extrañaba mucho mi casa, pero que estaba muy feliz en los Estados Unidos… jugando béisbol. Feliz de estar viviendo mi sueño en América.

Brad Mangin

Mi primer entrenamiento de primavera, comí pizza de Domino’s todos los días.

No estoy exagerando. Comí Domino’s todos… los… días. Era lo único que sabía cómo ordenar.

Por 90 días, comí pizza. Ordené tanto que el Domino’s que estaba cerca de nuestro edificio me terminó regalando un mes gratis de pizza por ser su mejor cliente.

Pero no hice mucho más, además de comer pizza y jugar béisbol. Esos primeros años que viví en los Estados Unidos, no hablé mucho con mis compañeros de equipo. No porque no quería, es que no sabía cómo.

En el 2009, decidí cambiar eso. Los Phillies me habían traspasado en julio a los Indians, y quería poder hablar mejor con la prensa. Quería poder hablar con mis nuevos compañeros de equipo. También está el hecho que me había casado, y mi esposa y yo habíamos empezado una familia.

Quería que América se empezar a sentir como mi casa. Porque se estaba convirtiendo en mi casa.

Tomar clases para aprender el idioma nunca funciono porque siempre estaba demasiado ocupado con el béisbol. Así que decidí aprender inglés hablando y leyendo con la gente alrededor mío.

Hay muchos jugadores en las mayores que han pasado por lo mismo. Y otro jugador venezolano me dijo que, para aprender inglés, tenía que empezar con unas frases.

“I see…”

“I will…”

“I can…”

Y empecé por ahí. Le dije a mis compañeros que me dijeran cada vez que cometía un error. Poco a poco fui mejorando. Agarraba frases todos los días. Y había tantas frases que los jugadores americanos usaban todo el tiempo.

“¡Buen trabajo!”

“¡Bien hecho!”

Empecé a hablar más con la prensa. Empecé a hablar más con mis compañeros de equipo. Y después de un tiempo, hasta podía ayudar a mis hijos con sus tareas. Empecé a involucrarme más con la comunidad en Cleveland. Pero todavía había algo que tenía que hacer.

Quería convertirme en ciudadano de los Estados Unidos.

La primavera pasada trabajé en la aplicación para mi ciudadanía, y llené muchos formularios. Fui a una oficina de inmigración a terminar todo el papeleo, y cuando terminé me dieron un folleto que tiene 100 datos sobre los Estados Unidos – cosas como quién fue el primer presidente, cuando se firmó el acta de independencia, y los nombres de las tres ramas del gobierno de los Estados Unidos.

También me dieron otra cosa. La fecha que tomaría mi examen de ciudadanía: 4 de agosto del 2016.

Mi esposa se había convertido en ciudadana unos años atrás y yo la había ayudado a estudiar, así que yo ya había leído casi todo el folleto. Pero igual lo llevé conmigo a todos lados ese verano. Ya tenía más de 10 años en América, y había viajado por todo el país, pero habían muchas cosas que no sabía. Fue increíble empezar a sentirme que me estaba convirtiendo en parte del país mientras leía sobre su historia.

Mis compañeros de equipo también lo disfrutaron. Muchos de ellos me interrogaban, especialmente Jason Kipnis. Cuando viajábamos en avión, le daba el folleto y él se sentaba al frente mío y me preguntaba sobre algunos de los datos.

“¿Cómo llamamos las primeras 10 enmiendas de la constitución?”

Declaración de Derechos

“¿Cuantos jueces hay en la Corte Suprema?”

Nueve.

La mayoría de los muchachos estaban sorprendidos de cuanto tenía que saber, y cuanto tenía que estudiar.

Trabaje bastante. Estudie duro.

Cuando llego el 4 de agosto, fui a Florida donde me había registrado para tomar el examen. Cuando llegue a la oficina de inmigración estaba muy nervioso. Mis manos estaban templando un poco.

Pero sentí que estaba listo.

Frank Jansky/Icon Sportswire/AP Images

Cuando tomas el examen de ciudadanía, tienes que responder tres preguntas en voz alta en inglés, leer tres oraciones y escribir tres oraciones.

Había estudiado tanto el folleto, que antes de que la señora terminara las preguntas, ya yo me sabía las respuestas.

“Los documentos federalistas apoyaron el pasaje de la Constitución de los Estados Unidos. Nombra uno de los escritores que -”

“¡James Madison!”

Como dije: Yo estaba listo.

Y todavía me acuerdo de una de las oraciones que tuve que escribir.

“California tiene la mayor cantidad de personas”

En 30 minutos estaba listo. Se sintió tan poco tiempo para algo tan importante. Pero en realidad, fue un momento que se fue construyendo por 12 años – desde mi primer vuelo, todas esas noches comiendo pizza, conocer a mi esposa, tener hijos.

Cuando llegue a los Estados Unidos, yo era un chamo penoso de 16 años que extrañaba a su mamá y no hablaba inglés. Ahora, yo era un esposo y padre, y llevaba casi una década jugando en las Grandes Ligas.

Y en unos minutos, me iba a convertir en ciudadano americano.

Las personas de la oficina de inmigración me dijeron que me podían juramentar ese mismo día, antes de mi vuelo a Cleveland a las 3 p.m. Fui a un cuarto separado, levante mi mano y recité el juramento de lealtad. Luego firme una hoja.

“Felicitaciones por convertirse en ciudadano de los Estados Unidos Sr. Carrasco” mientras me daban la hoja.

Tomé el certificado y me fui al aeropuerto. No podrías ver nada distinto al verme. Yo seguía siendo Carlos.

Pero ahora, finalmente era americano.

Llamé a mi mama en la vía al aeropuerto y le conté que había pasado el examen. Ella empezó a gritar de una vez – Ella y mi papá estaban muy felices por mí.

“¡Felicitaciones!” Dijo. “Ya eres americano.”

Ese día pensé mucho en mi mamá. Todo lo que le había costado a ella para dejarme ir a vivir con ese scout cuando apenas tenía 10 años. Lo que había costado para que ella dejara que su único hijo se fuera a vivir solo en otro país a los 16 años.

No ha sido nada fácil estar lejos de ella. Trato de visitarla lo más que puedo, y todavía tengo ese primer guante que me compro cuando cumplí 6 anos. Todavía se ve como ese día que me lo dio: liso y negro, con los cordones amarillos e igual de brillante.

Y claro, pienso en ella cada vez que estoy en un montículo en América.

Acompaña el lanzamiento, Carlos, acompaña el lanzamiento.

Los primeros viajes después que me volví ciudadano americano fueron a New York y Washington D.C. Yo llevaba 12 años en los Estados Unidos. Había viajado a esas ciudades muchas veces.

Pero esta vez, se sintió distinto.

Vi por la ventana cuando estábamos aterrizando en Washington. El aeropuerto está cerca de los monumentos. Y cuando llegas, vuelas justo por arriba de los monumentos. Podía ver el monumento de Lincoln, el Capitolio, El monumento de Washington. La historia detrás de los monumentos era ahora mi historia también.

Y luego me pare en el campo en el Nationals Park. El himno empezó a sonar y todos miramos la bandera. Había escuchado el himno antes. Había visto la bandera 162 veces cada año.

Pero desde que me volví ciudadano, ver la bandera ha significado algo más.

Hogar.

Ahora también son mi himno y mi bandera.

Cuando llegué a mi armario después de nuestra serie en Washington, ninguna de mi ropa estaba ahí. Mis compañeros de equipo habían guindado un disfraz del Tío Sam para que me lo pusiera en el viaje de regreso.

“¡Bienvenido a América!” celebraron todos.

Me puse el disfraz para el autobús, y después también para el vuelo a Ohio. ¡Me encantó!

Los muchachos estaban tan contentos por mí, y ha sido maravilloso compartir esto con ellos. Hay un espíritu en este equipo – desde mis compañeros, hasta los directivos y los entrenadores. Es increíble. Hemos pasado por tantas cosas juntos en el campo, por supuesto. Pero ellos han tenido un impacto mucho mayor en mi vida por todo lo que hemos pasado fuera del campo. Todos los días me ayudaron a aprender inglés. Ellos son los que me ayudaron a volverme americano.

Luego en septiembre me rompí un hueso de la mano. Mi temporada se había terminado. Pero si pude apoyar a mis compañeros. Todo el mundo asumió que iban a perder. No le dieron chance a los muchachos que se tomaron el tiempo de interrogarme durante los vuelos después de los juegos. Dieron por muertos a los muchachos que habían escrito las palabras en pasado, presente y futuro para mí en un pedazo de papel.

Carlos Carrasco

No pude tener ese final perfecto y lanzar en la Serie Mundial. Y no pudimos ganar el trofeo al final de todo. Pero ese sueño – nuestro sueño – sigue vivo.

¿Y en lo que respecta a mi sueño americano?

Antes pensaba que era simplemente venir y tener la oportunidad de jugar béisbol.

Pero es mucho más que solo pararme en la lomita. O empezar mi primera temporada como ciudadano americano. Es ver a las gradas a mi esposa e hijos. Es ver a mis compañeros de equipo. Es ver a todos los fans en Cleveland.

Y saber que estoy en casa.

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