A la Gente de Venezuela

SHELLEY LIPTON/ICON SMI

Los niños estaban tirados en el piso del hospital.

Eso fue lo que me pegó inmediatamente.

Y no eran uno o dos. Eran docenas de niños.

Esto fue hace unos años, en diciembre, alrededor de las navidades. Yo había decidido ir a visitar un hospital de niños cerca de donde crecí en Valencia, Venezuela, para regalar juguetes a los niños y distribuir ropa a los padres. Apenas entré a la sala de emergencias, me dieron ganas de llorar.

Había bolsas de medicina e intravenosas en el piso. Bebés llorando. Niños un poco mayores gimiendo de dolor. Los doctores y trabajadores del hospital caminaban sobre los niños como si nada, como si fueran bolsas de basura.

Era sufrimiento humano a una escala que rara vez se presencia en persona.

Y es ese tipo de imágenes que nunca puedes olvidar – el tipo de cosas que aparece en tus pesadillas o vuelve a tu mente cuando estás solo. De vez en cuando aparece en mi cabeza, no sé por qué. Y después de eso, es en lo único que puedo pensar por una semana o más … la visión de esos niños en el piso.

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La comparación más parecida que puedo hacer es a la de animales muertos en la autopista. Eso fue lo que me vino a la mente cuando entré a ese hospital. Como la escasez de comida es cada vez mayor, y la gente no puede conseguir medicinas para sus hijos enfermos, hay demasiados pacientes. No tienen suficientes camas, y los pacientes tienen que usar el piso.

Esa imagen me quedará por siempre, pero en el ultimo año he estado pensando en eso aún más porque se cuáles son las condiciones actuales en mi país.

Desde que visité ese hospital, todo se ha puesto peor en Venezuela. Mucho peor. Para la gente en mi país, es ahora mucho más difícil conseguir la comida que necesitan para alimentarse y a sus hijos. También los suministros de medicinas son mucho más limitados. Mientras la gente intenta luchar para sobrevivir, la violencia es ahora más común.

Y sigo pensando en cómo todo lo que vi ese día – Los niños sufriendo, las condiciones inhumanas, la desesperación – fue antes de las cosas se pusieran mucho, mucho peor.

Una de las situaciones más trágicas, devastadoras y desalentadoras que podría haber imaginado … es seguramente mucho peor ahora.

Lo que no me puedo sacar de la cabeza es esto: ¿Que le estará pasando ahora a los niños en ese hospital?



¿Qué tan mal esta todo ahora?

Eso es lo que me pregunta todo el mundo.

“¿Francisco,” me dicen, “que ha pasado últimamente en Venezuela? ¿Cómo están las cosas por allá?

Para mí, es muy difícil ponerlo en palabras. No hay palabras que puedan describir lo que está pasando en mi país.

La última vez que fui a Venezuela fue hace un año y medio. Y cada vez que aterrizo en Caracas, me pregunto muchas cosas. No puedo entender como un país con tanto petróleo, y tanto dinero, puede verse y sentirse tan pobre.

Como aquellos que han visitado Venezuela saben demasiado bien, apenas aterrizas y entras al aeropuerto, lo primero que te das cuenta es que no hay luz. No hay electricidad, ni aire acondicionado. Esa es la bienvenida al país. Para mí no es nada. Estoy acostumbrado. Pero mientras voy en camino de Caracas a mi ciudad natal, Valencia, lo que es un viaje de 100 millas, algo me pega. Me empiezo a deprimir. Hay tanta pobreza y desesperación.

Hay algo que tienes que entender, Valencia no es un pueblo pequeño, lleno de carreteras de tierra. Es la tercera ciudad más grande en el país. Mi ciudad natal es más grande que Dallas y Filadelfia, y que la mayoría de las ciudades grandes en los Estados Unidos. Tiene más de 2 millones de habitantes, y muchas de las corporaciones más grandes del país tienen sus sedes en Valencia. Cuando yo estaba creciendo, la ciudad era muy próspera. Pero ahora … ver las casas cayéndose, los edificios en mal estado, y las miles de personas viviendo en las calles … Me rompe el corazón.

Imagínate crecer en Phoenix o Charlotte, y ver como se construyen edificios uno tras otro, solo para volver 20 años después y ver, por todos lados, mostradores de tiendas quemados y niños buscando comida en la basura.

Alejandro Cegarra/AP

Cuando llego a mi ciudad, toda mi familia y amigos se contentan mucho de verme. Pero es solo cuestión de tiempo antes que empecemos a hablar de cómo están las cosas. En ese momento, me cuentan todo.

“Francisco, no podemos conseguir comida.”

“No podemos conseguir medicinas”

“Mi hija estaba muy enferma, y no podíamos llevarla al hospital porque no tenemos suficiente dinero.”

Una de las cosas que escuchas de todo el mundo en Venezuela es que, si eres de la clase media o baja, no te puedes enfermar, porque es casi imposible obtener tratamiento o conseguir las medicinas que necesitas. Cuando vas a las farmacias a comprar medicinas, tienes que usar tus huellas dactilares en una máquina que hace seguimiento de quien está comprando las medicinas. Si necesitas más, tienes que esperar hasta la semana siguiente. Y si intentas comprar antes, no te dejan.

Conseguir comida es a veces hasta más difícil.

Cuando vas al supermercado, hay colas larguísimas de gente esperando todo el día para comprar productos básicos como leche o azúcar. Cuando finalmente llega tu turno, no tienes opciones. Hay una sola marca que puedes comprar, y muchas veces los precios son demasiado altos. Así que quizás hasta no tengas suficiente dinero para comprar lo que pasaste todo el día haciendo cola para comprar.

Cuando estoy en mi casa, nos sentamos y pasamos horas hablando de todo esto, y luego … nos quedamos sentados y seguimos hablando. No podemos Salir. No podemos pasar una noche placentera en un restaurante, o ir a un parque a relajarnos. Es demasiado peligroso. Sería tomar un riesgo muy grande.

Si le preguntas a cualquier persona en mi país, te dirán que tienen al menos un familiar o amigo que ha sido víctima de algún crimen en los últimos años. Uno de mis familiares estaba una vez esperando en el estacionamiento de su edificio cuando llego un grupo de delincuentes quienes los obligaron a subir a su apartamento y se robaron todo lo que tenían ahí.

Hace unos años, robaron a uno de mis ex compañeros de equipo de los Yankees en su propia casa. Le amarraron las manos detrás de su espalda, amarraron a toda su familia, y se llevaron todo lo que pudieron.

Ese tipo de cosas son muy comunes en mi país ahora mismo. Pasa todos los días. Es normal.

Federico Parra/AFP/Getty Images

Si sales de tu casa, tienes que tener un carro blindado. Si no lo tienes, arriesgas a que te disparen o te roben el carro. Y también hay gente en motocicletas que llegan al lado tuyo si estás parado en la calle o esperando un semáforo, rompen tu ventana y te apuntan con un arma para que les des tu teléfono. Y te matan si no se los das.

Lo peor de todo es que no puedes confiar en la policía, porque siempre tienes miedo de que te van a maltratar o te van a robar. Tienes que tomar precauciones por ti mismo. Es básicamente tu contra los criminales.

Así que cuando voy a mi casa, nunca salimos. Hablamos. Lloramos. Y soñamos por un país donde la gente pueda estar segura y feliz, y tenga esperanzas para el futuro.



Cada mañana lo primero que hago cuando me despierto, es revisar mi teléfono. Y cada mañana, está lleno de fotos y mensajes y publicaciones en redes sociales, todo sobre lo que está pasando en el país.

Los que son el futuro de mi país – los jóvenes, los estudiantes – ellos están protestando en las calles todos los días. Están muriendo, y están sacrificando sus vidas por una Venezuela mejor. (Por la cuenta más reciente, 49 personas ya han muerto durante las protestas en contra del gobierno). Ellos están marchando, protestando y luchando por un cambio.

Para los que estamos en los Estados Unidos, es video tras video con imágenes que te rompen el corazón. Hay gente que ha sido atropellada por tanquetas, o estudiantes siendo atacados con gas lacrimógeno hasta que no pueden respirar. Y luego, hay escenas como esta:

Todas esas cosas me afectan. Y no estoy exagerando cuando te digo que es todo el tiempo. No es dos horas al día, ni tres veces a la semana. Para mi es todo el día, todos los días. Y es lo mismo para mis compañeros venezolanos. Así que si no he visto las ultimas noticias, Felipe Rivero las tiene y me las muestra. O José Osuna lo ve y nos cuenta. Esto es nuestro cada día, y es muy difícil decir, “Es suficiente por hoy,” o desconectarte por una noche.

Y mientras todo esto está pasando, me llegan súplicas de ayuda todos los días. Me llegan mensajes por WhatsApp constantemente: “Necesito esta medicina, y no la puedo conseguir.” O, “Francisco, necesitamos comida. ¿Nos puedes ayudar?”

Uno de mis mejores amigos me escribió la semana pasada porque tiene una hija de tres meses y no puede conseguir la fórmula para bebé que necesita. Yo mando cajas con suministros a mi familia y amigos cada vez que puedo, porque si no lo hago ellos no tendrían lo que necesitan. Y cada vez que hago eso, me recuerda de lo mal que se han puesto las cosas.



Cuando estaba creciendo, todo el mundo me decía que los deportistas no se debían involucrar en ningún tipo de protestas o activismo. Todo el mundo me lo decía desde que era pequeño. Lo escuché una y otra vez.

Pero yo ya no soy un niño

¿Y sabes qué? Me cansé de ese punto de vista. Que porque soy un jugador de beisbol no puedo decir lo que pienso o intentar cambiar las cosas. Eso es una locura.

Están matando a mi gente. Mi país está fuera de control, nuestro gobierno no está cuidando de sus ciudadanos y está usando la violencia para intentar silenciar el descontento … ¿y quieren que yo me mantenga callado? ¿Me dicen que no puedo alzar mi voz?

¡No!

Voy a decir lo que pienso. Y si creo que puede ayudar, voy a hacer más que solo decir lo que pienso. Voy a intentar liderar.

Hace unas semanas cuando estábamos jugando contra los Brewers en Pittsburgh, me reuní con Hernan Perez y se nos ocurrió una idea para un video en las redes sociales.

Queríamos que el mundo supiera que están matando a nuestra gente y que las condiciones en nuestro país son inhumanas. Así que empezamos a llamar a otros jugadores. Doce dijeron que participarían en el video, entonces lo publicamos con esos 12. Y ahí empezó. Luego, otros jugadores siguieron nuestra iniciativa y empezaron a publicar sus propios videos.

Solo fue un comienzo. Pero alguien tiene que empezar las cosas, y ahora más y más personas se han sentido con confianza para alzar sus voces.

Esto no es acerca de política. Esto es acerca de gente que está muriendo, de niños en la miseria, y seres humanos que necesitan ayuda. Y quiero dejar muy claro que no estoy hablando como un beisbolista. Estoy hablando como un ciudadano nacido y criado en Venezuela. Eso es lo que soy. Ahí está mi corazón.

No puedo simplemente voltear la cara y decir, “Yo soy un deportista y no puedo hablar de esto.”

Voy a hablar de lo que sé, y de lo que he visto con mis propios ojos. Si hay más jugadores que están dispuestos a decir lo que piensan, creo que eso sería buenísimo. Pero no estoy intentando decirle a nadie lo que tienen que hacer, y también entiendo que hay mucha gente que está asustada de que, si dicen lo que piensan, algo malo le podría pasar a su familia y amigos que siguen en Venezuela.

Eso es real. Eso pasa.

Yo también tengo miedo. Estoy preocupado que alguien podría hacerle algo a mi familia. Pero si las cosas no cambian, las condiciones en mi país solo van a empeorar – más personas perderán sus vidas, más niños como los que vi ese diciembre en ese hospital en Valencia seguirán sufriendo.

Eso también es real.

Y no podemos esperar a que el cambio pase por sí solo.

Juan Barreto/AFP/Getty Images

Están matando a mi gente. Mi país está fuera de control … ¿y quieren que yo me mantenga callado? ¿Me dicen que no puedo alzar mi voz? ¡No! Francisco Cervelli

En esta nota, me gustaría tomar un momento y hablar directamente a la gente de Venezuela – a mi gente.

Solo quiero decir esto: Tenemos que seguir luchando.

Ya sé que suena muy simple. Pero es importante decirlo bien claro.

No podemos rendirnos. No podemos aceptar lo que está pasando. Tenemos que seguir presionando por un cambio.

Yo sé que esto probablemente suena ridículo viniendo de un beisbolista en los Estados Unidos, lejos de las condiciones que todos están viviendo ahora mismo. Y honestamente, siento un poco de vergüenza por decir este tipo de cosas a la gente que de verdad está arriesgando sus vidas y viviendo estas condiciones cada día. Pero es muy importante que todos sigamos luchando – que todos hagamos lo que podamos, de cualquier manera que podamos hacerlo.

Y sepan también que hay gente aquí en los Estados Unidos, y alrededor del mundo, que están tratando de ayudar y apoyar sus esfuerzos. Estamos aquí con ustedes. Los amamos y estamos orgullosos de ustedes, y también nosotros soñamos con un día cuando la gente de Venezuela pueda respirar tranquila nuevamente, llenos de esperanza por un mejor futuro para el país que amamos tanto.

Esta lucha no es en un solo sitio. Es una lucha en todos lados. Y es una que simplemente no podemos permitirnos perder.

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