Podremos estar aislados, pero en esto estamos juntos

Andrew D. Bernstein/NBAE/Getty Images

To read in English, click here.

Es como si hubiéramos vivido un año en las últimas dos semanas.

De una persona en aislamiento a otra, espero que tú y tus seres queridos estéis sobrellevando esta crisis lo mejor posible.

¡Todo ha ocurrido tan rápido! Un día estábamos yendo a nuestros trabajos, pasando el rato con amigos y comiendo en restaurantes. Los playoffs de la NBA estaban a un mes de distancia. Yo estaba ocupado rehabilitándome de una lesión que me había dejado fuera del baloncesto competitivo por poco más de un año. Los Juegos Olímpicos de Tokio aparecían en el horizonte y esperaba estar listo para sumarme a la selección de España, para los que habrían sido mis quintos Juegos Olímpicos.

Y entonces, de pronto, todos estábamos en aislamiento. Estado de alarma. Restricciones de viajes. El mundo se había paralizado.

He estado reflexionando sobre lo que significa el confinamiento. Para quienes están seriamente enfermos, es una emergencia mortal: están aislados en hospitales. Están solos, peleando contra el virus, apenas acompañados por el personal médico. Otros están enfermos en sus casas, en cuarentena en sus hogares, alejados incluso de los miembros de sus familias. Y luego están los trabajadores de sanidad: doctores, enfermeros, técnicos, el personal de emergencias. Con justicia los celebramos como héroes, pero ellos también suelen estar aislados de sus seres queridos, ya que se exponen al contagio por tratar a sus pacientes.

Los demás estamos aislados de un modo distinto. Millones de personas en todo el mundo están confinadas en sus casas. En un instante, nuestros mundos se han reducido al tamaño de un salón. Estamos separados de nuestros amigos, familiares, vecinos y colegas, y nuestra única conexión posible con ellos y con el exterior es a través de nuestros móviles, televisores y ordenadores. Nos hemos convertido en habitantes de nuestras propias islas.

La esperanza radica en que nuestro confinamiento ralentizará la transmisión del virus. En esta nueva y extraña realidad, los que estamos en este último grupo somos los afortunados. Si tenemos suerte, estamos incluso pasando un buen rato con nuestra familia. Pero para mucha gente no se trata en absoluto de un tiempo afortunado. Se han perdido trabajos. Las tiendas y las escuelas han cerrado. Los hospitales están desbordados y las provisiones médicas escasean. La incertidumbre nos invade. ¿Se contagiarán mis seres queridos? ¿Existirá una vacuna? ¿Cuándo volverá la vida a la “normalidad” y cómo de “normal” será esa realidad? El daño en nuestra salud mental puede ser más grande del que nos imaginamos.

Para mucha gente no se trata en absoluto de un tiempo afortunado.

Y aun así, para muchos de nosotros, estar aislados dificulta entender qué está realmente sucediendo en lugares más severamente golpeados por el virus.

Puedes seguir las noticias, pero dependiendo de dónde vivas, lo que ves desde tu ventana puede no coincidir con lo que ves en la televisión. Sabemos que hay un fuego voraz, pero en nuestra calle, en nuestra comunidad, puede no haber nada de humo. El brote puede sentirse como si estuviera pasando en otro sitio.

España, mi país, es uno de los lugares más afectados del planeta en este momento. He escuchado describir a la situación en España como “apocalíptica”. La cantidad de muertes está ahora en el segundo lugar, solo superada por Italia. Toda la población tiene la orden estricta de permanecer en sus hogares. Los profesionales médicos están trabajando sin descanso. Ofrecen su experiencia para salvar vidas, y en algunos casos también están jugándose su salud e incluso su vida. Al menos el 14 % de los trabajadores de sanidad en España se ha infectado con el virus.

En el pasado podíamos esperar que la pandemia no llegara a nuestra comunidad, pero los datos contrastados indican que ya está aquí. Estados Unidos tiene ahora más casos reportados de COVID-19 que cualquier otro lugar del mundo. A menos que todos tomemos extremadamente en serio el distanciamiento social, la tasa de contagio saturará nuestros sistemas de salud. Según un estudio reciente de Harvard, si los estadounidenses no “aplanan la curva” rápidamente, unas 20 millones de personas podrían requerir hospitalización en los próximos meses, y más de cuatro millones podrían necesitar cuidados intensivos. Ese desbordamiento forzaría a los hospitales a postergar cirugías y otros procedimientos para salvar vidas, poniendo a su vez a más personas en riesgo. Los médicos en Estados Unidos se están preparando para un panorama aterrador: racionar la salud. Si los respiradores y las camas de terapia intensiva se agotan, como este artículo del Wall Street Journal explica, los hospitales se verían forzados efectivamente a tener que decidir quién vive y quién muere. Es un pensamiento espeluznante, pero ya se está hablando de casos en países como Italia y España. No podemos pensar que no pasará lo mismo aquí.

Una de las historias que me llegan de España realmente me ha conmovido. En una de las zonas más concurridas de Madrid, no muy lejos del aeropuerto, hay un centro comercial llamado Palacio de Hielo. Es un gran complejo con tiendas y con restaurantes, y la atracción principal es una pista olímpica de patinaje sobre hielo. Hoy, sin embargo, el centro comercial está vacío, porque los españoles están obligados a quedarse en sus casas por la medida nacional. Y la pista de hielo, mientras tanto, se ha convertido en una morgue improvisada. Piensa en ello: una pista de hielo… ahora es una morgue. En los últimos días, Madrid anunció que estaba convirtiendo un segundo edificio en otra morgue. Así ha cambiado la vida en España en tan poco tiempo.

Imagina, por un momento, que un estadio de la NBA de tu ciudad se convierta en una morgue o en un hospital desbordado. Imagina no solo una recomendación de distanciamiento social, sino una ley que obliga a la gente a quedarse en sus casas. En España, como en Italia, los familiares no tienen permitido visitar a los parientes moribundos — para dar el último adiós — por temor a que se propague el virus. Las mujeres que dan a luz no pueden tener a sus seres queridos al pie de la cama en el hospital. Las bodas están canceladas. Los funerales se llevan a cabo sin asistentes. Es un tipo de aislamiento completamente distinto al que se ha instaurado por el momento en Estados Unidos.

Pierre-Philippe Marcou/AFP

Es difícil no sentirse indefenso. Estoy aliviado de que mis padres, mis dos hermanos y el resto de nuestras familias estén bien… por ahora. Pero conozco a mucha gente en España que está enferma, incluyendo a dos empleados míos que tienen los síntomas, y sin embargo deben permanecer en sus casas porque los tests para coronavirus están solo disponibles para los casos más extremos. Un ex compañero de la Selección española regresó a su casa esta semana y se recupera del virus después de haber estado en el hospital.

Con el deporte suspendido, creo que los atletas estamos sintiéndonos más conectados que nunca con nuestras comunidades, nuestros seguidores y el resto del mundo a nuestro alrededor. Me ha gustado mucho ver esta reciente conversación entre Steph Curry y el doctor Anthony Fauci y percibir el compromiso de Drew Brees con la gente afectada en Nueva Orleans. La semana pasada, Rafael Nadal y yo nos unimos a la Cruz Roja para lanzar una campaña —a la que llamamos #NuestraMejorVictoria— para que los deportistas colaboren en la lucha contra la COVID-19. Espero que este sea apenas el comienzo. Necesitamos que los deportistas de todo el mundo unan fuerzas, que sigan utilizando sus plataformas para compartir información vital sobre la pandemia y que puedan unir a la gente más allá de las culturas y las fronteras. ¡Hagámoslo!

Y sin embargo mi mente sigue regresando a ese centro comercial. Para mí, es el símbolo más terrible de esta crisis: los sitios a los que solíamos ir para divertirnos y para estar juntos —como una pista de hielo— se han convertido en tristes recordatorios de la gravedad de esta crisis.

Es también un recordatorio de todo lo que dábamos por hecho cuando las cosas eran “normales”: los conciertos, eventos deportivos, fiestas de cumpleaños, reuniones, restaurantes, viajes. Esas son algunas de las cosas que les dan significado a nuestras vidas.

Pero incluso en aislamiento encuentro muestras de esperanza.

Cada noche, en toda España, sucede algo extraordinario: a las ocho de la tarde, las ciudades silenciosas irrumpen en aplausos. Las personas salen a las ventanas para homenajear y brindar su apoyo a los trabajadores de sanidad del país. El aliento y los cánticos duran unos quince minutos, y luego todos regresan a su confinamiento hasta la noche siguiente. Tributos similares han comenzado a verse en distintas partes del mundo.

Este también es un símbolo poderoso. Los seres humanos deseamos conexión y comunidad. La gente que aplaude desde las ventanas nos recuerda la sed de solidaridad y humanismo, incluso en el más difícil de los tiempos. Como humanos, todos queremos fundamentalmente las mismas cosas: seguridad, afecto, salud, libertad y una buena vida para nuestros niños.

La gente que aplaude desde las ventanas nos recuerda la sed de solidaridad y humanismo.

Yo también estoy intentando encontrar soluciones en esta crisis. Quizás esté en mi naturaleza competitiva de atleta, o quizás sea por el encierro, pero lo estoy intentando. Me pregunto a mí mismo: “¿qué podemos aprender de este momento?” Por supuesto, nuestra prioridad ahora mismo es vencer esta pandemia. Para lograrlo, deberemos apoyar a nuestros trabajadores médicos y a los científicos. Deberemos seguir sus consejos y evitar que se propague la enfermedad. Esta es la prioridad número uno.

Pero mientras buena parte del mundo está en aislamiento, no podemos olvidar nuestros valores compartidos. Esta es una extraña oportunidad para reexaminar a qué nos referimos cuando decimos que estamos juntos en esto.

Piensa en la salud, por ejemplo. No debería existir un brote contagioso para mostrarnos lo interconectados que estamos. Pero ahora es muy obvio: cuando se trata de salud, estamos juntos en el sentido más literal posible. Tu salud afecta a la mía, y la mía afecta a la tuya. Necesitamos sistemas de salud más fuertes y necesitamos estar coordinados y ser transparentes en nuestros esfuerzos de colaboración. Esta crisis nos muestra la importancia de que los países compartan información e investigación médica. No solo salvará vidas durante esta crisis, sino que mejorará significativamente las posibilidades de prevenir próximas crisis en el futuro.

Las verdades quedan al descubierto y los mitos son desafiados. Nadie imaginó un cierre global de esta magnitud. Pero cuando llegó puso al descubierto lo mucho que dependemos de personas cuyos trabajos son invisibles en nuestra vida cotidiana. La comunidad de la NBA, mi lugar de trabajo durante casi dos décadas, parece un microcosmos de una comunidad más grande. Solemos hablar de “la familia de la NBA” y ahora, en esta crisis, nos encontramos con la oportunidad de volver a comprometernos con los valores de dicha familia. Ya hemos visto una respuesta gratificante, ya que equipos y jugadores se han puesto de acuerdo para apoyar económicamente a los trabajadores de los estadios, aquellos que han perdido el trabajo. Fue una expresión y un reconocimiento poderoso de la comunidad en la que vivimos. Es un comienzo necesario. Pensemos de qué modo continuaremos.

Verdades similares están floreciendo por todos lados. Buena parte de nuestra fuerza laboral atraviesa una pesadilla financiera. Como resultado, economías enteras están sufriendo. Debería incomodarnos, por ejemplo, admitir que en los Estados Unidos, más de tres personas de cada diez no tienen ningún tipo de ahorros. Gran parte de esa gente, ahora mismo, es la que está trayéndonos nuestra comida, cuidando a nuestros enfermos, enviando nuestras provisiones, cosechando nuestros cultivos. En los últimos días, algunos trabajadores han empezado una huelga para captar la atención por las peligrosas condiciones a las que están sujetos en algunos trabajos. Y aquí va la cosa: el trabajo de tu vecino directamente afecta a tu trabajo. Su calidad de vida afecta a la tuya y viceversa. Una enfermedad contagiosa no elige a la víctima por su estatus social, ingresos, raza, religión u orientación sexual. Nuestra respuesta a esta crisis tampoco debería hacerlo.

Ahora es nuestra oportunidad de volver a comprometernos con esos ideales.

Jorge Sanz/SOPA Images/Sipa USA

Porque algún día esta crisis pasará. Mientras hacemos lo posible para aplanar la curva, también debemos empezar a pensar lo que vendrá después. Una de mis preocupaciones es que, mientras peleamos contra este enemigo invisible, otro esté llegando. Esta semana, las Naciones Unidas advirtieron de que la batalla contra el coronavirus llevaría a “mayor inestabilidad, mayores disturbios y mayor conflicto”. En los próximos meses, la vida puede regresar a la normalidad en algunos aspectos, pero en otros habrá cambiado. La gente se sentirá herida, vulnerable, enfadada. Mientras luchamos contra el virus, debemos prepararnos para esa realidad que está en el horizonte. Y cuando ese momento llegue, sería un enorme perjuicio para la gente que ha luchado contra el brote, y a todos los que han muerto en él, que no hayamos aprendido nada.

Me hace pensar en algo que aprendí de un excompañero. El modo en el que respondía a los contratiempos fue una de las cosas más sorprendentes que vi en mi vida. Para él, la adversidad era una gran maestra y una oportunidad para crecer.

Ese compañero era Kobe Bryant. De veras que echo de menos a Kobe en estos días, y las cosas que él me enseñó se escuchan en mi mente y en mi corazón más fuerte que nunca.

Ahora mismo necesitamos esa mentalidad. Este es un momento de incertidumbre y no hay mucho que podamos controlar por el momento, pero aun así tenemos algunas opciones. El modo en que respondamos a esta pandemia, y a lo que vendrá después, definirá este momento en nuestra historia. ¿Saldremos de esto agradecidos y unidos o resentidos y divididos?

Depende de nosotros.

FEATURED STORIES