Las réplicas

David Ramos/FIFA via Getty

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Tenemos que empezar por el terremoto.

Si quieres saber lo que el fútbol realmente significa en México, esta es la historia.

Diecisiete de junio del 2018. Estábamos jugando contra Alemania –el actual campeón– en nuestro primer partido del Mundial de Rusia. Cuando metí el gol en el minuto treinta y cinco, se desató una locura en casa. Todo aquel que veía la televisión celebraba saltando de un lugar a otro –millones de personas al mismo tiempo– y, con eso, la tierra comenzó a moverse.

No hablo figurativamente. El gol causó un verdadero terremoto. El departamento de sismología en México incluso sacó un comunicado; sus sensores detectaron un evento sísmico en la Ciudad de México justo al mismo tiempo que el gol. Nosotros anotamos y los aficionados hicieron temblar la tierra.

Solo trata de imaginártelo.

En México, esto es lo que significa el fútbol. Es una locura.

Afuera, había un terremoto; dentro de mí, fue como si lanzaran una bomba.

Hirving Lozano

Encima de eso, este era mi debut en el Mundial y yo metí el gol del triunfo en contra de los campeones. ¡Vaya! Muy poca gente podría vivir un momento así. Se me pone la piel chinita. Recuerdo que toda mi familia lloraba. Me enteré del terremoto un día o dos después, pero lo que había visto en Moscú ya era algo especial por sí mismo. Escuché los gritos, los cantos, la increíble energía de la afición mexicana. En las redes sociales vi gente festejando en bares, en el metro, en las calles.

Y todos ellos cantaban mi nombre una y otra vez. ¿Conoces la tonadita de la canción de White Stripes?

“¡Elllll Chuuu-cky Lo-za-AAA-nooo!”

Ese día cambió muchas cosas para mí: entré en la historia mexicana, subió mi estatus en la selección, incluso me ayudó en mi transferencia al Napoli (de eso hablaremos más tarde). Pero, más que nada, ese día cambió quién era yo.

Afuera, había un terremoto; dentro de mí, fue como si lanzaran una bomba. La verdad, sigo sintiendo las réplicas.

Tengo tan solo 27 años, aunque de alguna forma siento que ya he vivido las vidas de diez personas.



Yo era un niño flaquito de la Ciudad de México con el mismo sueño que otros millones de niños.

Algún día voy a jugar en el Estadio Azteca.

Courtesy Lozano Family

¿Cuántos niños no se habrán dicho eso a sí mismos? Pero para mí parecía real porque mi casa estaba en la Avenida del Imán, a tres minutos del estadio. Literalmente podía mirarar hacia arriba y ver las luces del estadio. Dominaba la colonia. A donde sea que fueras, siempre podías verlo.

Nosotros vivíamos en un conjunto de edificios y atrás de ellos había un parque donde pateábamos el balón. La verdad, la cancha era horrible. Había piedras y topes por todos lados, pero siempre podías encontrarnos ahí, a mis hermanos y a mí, con el balón.

Quizás has escuchado cómo conseguí mi apodo, pero voy a contarte la historia verdadera…

Hirving Lozano

Cuando se trataba de  fútbol, digamos que tenía un fuego en mis ojos y un diablito en mi hombro. Siempre que mis hermanos y yo jugábamos, hasta nos peleábamos. Yo me peleaba con todo mundo, ¡ja! Fuera de la cancha, era un chico tímido; pero, cuando se trataba de fútbol, lo vivía de una forma diferente. Yo era una persona diferente.

Pronto me convertí en “El Chucky”.

Quizás has escuchado cómo conseguí mi apodo, pero voy a contarte la historia verdadera…

A los diez años jugaba en las fuerzas básicas del Pachuca y siempre estaba haciéndole bromas a mis compañeros –cosas comunes de niños, como esconderse en un closet o debajo de la cama para salir de sorpresa e intentar asustar. En ese tiempo, era chiquitito, flaquito y me peinaba con los pelitos parados, entonces supongo que para ellos yo me parecía al muñeco diabólico de las películas.

Courtesy Lozano Family

El apodo nunca tuvo la intención de ser un insulto. Un día, durante mi primera semana allí, un par de compañeros de equipo se me acercaron y me dijeron: “Oye, estábamos pensando… ¿No te molesta que te digamos Chucky?”

¡Hasta pidieron mi permiso!

Y yo dije: “Pues no tengo ningún problema.”

Digo, pudo haber sido peor, ¿no?

A partir de ese momento, el apodo se quedó conmigo. Según el lugar del mundo en el que esté, lo pronuncian diferente. En Nápoles, estoy acostumbrado a escuchar “Choccy” o incluso “Cookie”, ¡jaja! Hasta hoy hay gente que nunca me llama por mi nombre real –creo que el presidente del Pachuca ni siquiera lo sabía. Solo era el Chucky Lozano.

Siempre estaré agradecido con el Pachuca porque, a los dieciocho años, ya había cumplido mi sueño de la infancia. Cinco minutos después de salir de la banca en mi debut con el primer equipo, metí el gol de la victoria contra el Club América… ¡en el Azteca!

Hector Vivas/LatinContent via Getty

Ese fue un momento increíble, pero ¿sabes qué fue lo más loco? Tan solo 10 días antes había nacido Danielle, mi hija.

Lo que son las coincidencias…

¡Boom! Otro terremoto.

Necesitaba un nuevo sueño, ponerme metas más grandes. Empecé a ver el mundo de otra forma.

Hirving Lozano

La verdad, también sentía miedo. Era muy joven. Cuando mi esposa, Ana, quedó embarazada, no tenía idea de qué pasaría con mi carrera. Yo seguía tratando de abrirme paso en la sub-diecisiete y en la sub-veinte. Era un niño. Aún me peleaba con todo el mundo. Pero cuando llegó Danielle, simplemente supe lo que tenía que hacer. Ya había vivido para mí mismo. Ahora tenía que vivir para ella.

Aunque estaba a punto de entrar en el primer equipo del Pachuca todavía ganaba muy poco y de pronto tendría que empezar a pagar por todo. Necesitaba darle lo mejor a mi familia. Así que ser capaz de anotar en el Azteca ya no era suficiente. Necesitaba un nuevo sueño, ponerme metas más grandes. Empecé a ver el mundo de otra forma.

Miraba el mapa, oía lo que decían en la prensa y pensaba: “Mmm… Europa. Tengo que jugar en Europa. Ahí es donde están los mejores.”



Tres años después, llevé a mi familia conmigo al otro lado del planeta, a los Países Bajos con el PSV. Tengo que agradecerle a Dios porque el cambio salió muy bien. Ganamos la liga en mi primera temporada; en la segunda, ya jugaba en la Champions League y, además, era titular en la Selección Mexicana.

Algunas veces a lo largo de mi carrera Ana y yo hemos tenido que parar un poco y reflexionar: “Espera, ¿qué está pasando? ¡¿Cómo fue que llegamos hasta aquí?!” Había pasado mucho entre mi debut y el PSV. Han sido unos cuantos años, pero de cierta forma se siente como si solo fueran unos cuantos días.

Después del Mundial de Rusia (y del terremoto), pasó otra cosa increíble. Un día, recibo una llamada de un número de Italia.

“Hola, ¿Chucky? Te habla Carlo Ancelotti.”

En el momento que escuché el nombre, casi se me caen los calzones.

Ancelotti había trabajado con Televisa en México como analista durante el Mundial y había visto mi gol. Él me quería a mí para ficharme para el Napoli.

Durante la temporada 2018-19, él me llamaba todas las semanas. Cuando me lesioné, preocupado me preguntaba: “¿Cómo sigues con tu rodilla? ¿Cómo va la recuperación?”

Él simplemente es así. ¿Cómo podía decirle que no cuando me pidió ir al Nápoles?

Ya conocen a Ancelotti. Es un gran entrenador, pero es aún mejor persona.

Andreas Solaro/AFP via Getty

En mi primera noche en Italia, me llevó a mí y a mi familia a cenar con todos los suyos. Y cuando digo todos, me refiero que llevó hasta sus nietos. Eso significó todo para mí porque creo que algunas veces la gente no se da cuenta qué tan difícil es cambiar de país como futbolista. En especial para los latinoamericanos cuando la cultura en Europa es tan diferente y uno está tan lejos de la familia. Pero Ancelotti lograba hacerte sentir en casa. Ese gesto de sensibilidad se quedó conmigo.

Fue un shock cuando fue despedido tras unos meses de resultados no tan buenos. Y, para serte honesto, la pasé mal mentalmente esa primera temporada. Entraba y salía del equipo y las cosas se volvieron complicadas.

No mucho después de que se fuera Ancelotti, llegó el COVID. Ana y mis hijos se habían regresado a México y, supuestamente, yo los vería durante la fecha FIFA en marzo de 2020. De repente todos los vuelos fueron cancelados y yo me quedé solo y atrapado al otro lado del mundo.

Al principio nadie entendía realmente lo que estaba pasando. Creía que todo esto pasaría en unos pocos días. Después de unas cuantas semanas, le dije al club que ya no soportaba más. Les pedía por favor que me dejaran viajar a casa. Pero ellos dijeron: “Mira, no puedes irte. No hablamos solamente de una multa, te pueden meter a la cárcel.”

Giacomo Cosua for The Players' Tribune

Ese momento me golpeó como una película de terror. Como muchas personas en ese tiempo, tuve que pasar tres meses aislado sintiendo que me volvía loco. Me sentí muy solo y muy lejos de mis sueños. Me había mudado a Europa por mi familia y ahora estábamos separados. Ni siquiera tenía el fútbol para distraerme.

A partir de entonces han habido otras piedras en el camino, pero soy afortunado porque siempre me he recuperado. Ganamos la Coppa Italia luego de que el fútbol regresará tras la cuarentena. Me convertí en el primer jugador mexicano en ganar un título en Italia. También soy el primer mexicano en meter gol en la Serie A. Desde entonces, hemos estado muy cerca de ganar el Scudetto.

He tenido otros grandes entrenadores de quienes he aprendido muchísimo. Con personalidades muy diferentes como Gattuso (el hombre que quiere vivir a 100 kilómetros por hora) y Spalletti, quien siempre intenta sacarle provecho a ese diablito en mi hombro.

Nos hemos esforzado mucho para estar aquí.

Hirving Lozano

Tengo esperanza de haber sido capaz de abrirles puertas a mis paisanos para que entren por ellas. Y si lo hacen, encontrarán una cultura muy diferente en algunas formas, pero muy similar en otras. La pasión que la afición tiene aquí en Napoli es increíble. Ni siquiera puedo explicarlo. La manera en la que lo dan todo por su equipo… a nosotros, los jugadores, nos llena de energía y orgullo. También hay presión, pero ya me acostumbré. La disfruto.

La afición mexicana tiene la misma mentalidad, como se notó en Rusia. Nuestra pasión es algo diferente. Puede causar terremotos. ¿Qué te puedo decir? Nosotros vivimos el fútbol maravillosamente.



Sé que a la gente le gusta hablar de la maldición del quinto partido en el Mundial y de la presión en el equipo mexicano, pero la verdad, no gasto mi tiempo en eso. No vale la pena decir nada sobre eso excepto que no estoy interesado en las supersticiones. Es un cliché. Nosotros tenemos que enfocarnos en el presente, no en el pasado, y jugar partido por partido. Primer partido, segundo, tercero… y después –ojalá– las cosas buenas vendrán. Quizá incluso el quinto partido.

Sin embargo, no podemos dar nada por sentado. Cuando llega el Mundial, creo que todo el mundo espera que México y nuestra hinchada llenen los estadios y las calles con la pasión y el color que nos caracteriza.

Sabemos lo que nos cuesta llegar hasta los octavos. Nos hemos esforzado mucho para estar aquí.

Quizá otras personas piensan que calificar en la CONCACAF es fácil para un equipo como México, pero déjame decirte que para nada es así.

Cualquiera que crea que la tenemos fácil debería ir a Panamá en un partido como visitantes, con cohetes y fuegos artificiales tronando toda la noche afuera del hotel y con los aficionados tirandote botellas, piedras, monedas y todo lo que pueda ser lanzado, al camión del equipo.

Una vez, ahí en Panamá, apagaron las luces del estadio en el medio del partido solo para fastidiarnos; las dejaron apagadas por media hora, todo para arruinar nuestro ritmo.

También pueden intentar ir a Canadá, como fuimos el noviembre pasado, y  jugar en -23°C con la cancha completamente congelada como cemento. Nunca en mi vida he sentido un frío como ese. Aquella noche, incluso llamaron a ese estadio en Edmonton el “Iceteca”.

Después estaba la Copa Oro del año pasado. ¿Recuerdas cuando choqué con la rodilla del portero de Trinidad y Tobago?

Mi cuello se fue hacia atrás, mi espina dorsal se dañó y mi ojo se me explotó. Me asusté muchísimo, lloré bastante y, sinceramente, temí por mi vida. Gracias al cirujano estuve fuera del campo solamente tres meses; sin embargo, muchos doctores me dijeron que de milagro me salvé, ya ni hablemos de haber vuelto a jugar tan pronto.

Omar Vega/Getty

Para llegar a este Mundial hemos sufrido.

Personalmente, no soy el mismo muchacho que fui hace cuatro años en Rusia. No somos el mismo equipo. Hemos vivido mucho en estos cuatro años, algunas cosas buenas y otras malas. Pero somos el mismo país y viviremos estos momentos juntos, los 130 millones que somos.

Nosotros sufriremos y ustedes sufrirán.

Nosotros disfrutaremos y ustedes disfrutarán.

Si ustedes creen, nosotros creeremos.

No importa si estamos al otro lado del mundo, podemos sentirlos cerca.

Yo lo he sentido.

Podemos hacer que la tierra tiemble.

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