La Buena Vida

BERNAT ARMANGUE/AP PHOTO

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En mi casa hay una foto de un día especial que nunca olvidaré.

Fue tomada en el verano de 1996, cuando el Real Madrid apenas me había fichado del Inter de Milán. Hasta ese día, nunca antes había estado en Madrid. Cuando aterricé en el aeropuerto, no fui directamente a conocer el lugar donde viviría. Ni tampoco fui al Santiago Bernabéu, el estadio más majestuoso de Europa.

No. Fui con alguna gente de un periódico español a Plaza de Cibeles.

Solamente había visto fotos de Cibeles, pero sabía que era un lugar especial. En el centro de la plaza hay una fuente con una estatua de mármol de la diosa Cibeles. Muy cerca hay edificios colosales, como el del Banco de España y el Palacio Cibeles. La rotonda puede llevarte al corazón del centro de la ciudad, al Parque del Retiro, al Museo del Prado y también hasta el Paseo de la Castellana, donde encontrarás el Bernabéu. Para cualquiera en Madrid, Cibeles es uno de los lugares más icónicos.

Pero para los fanáticos del fútbol, conlleva un significado extra. Cibeles es el lugar donde el Real Madrid (y también la Selección española) se reúne para celebrar sus títulos.

Alvaro Hernandez/AP Photo

Así que ir a Cibeles desde el aeropuerto fue algo así como llegar a Río de Janeiro por primera vez e irse directamente al Cristo Redentor. Estaba tan emocionado. Y allí fue cuando el fotógrafo de ese periódico me tomó una foto.

Cuando veo esa fotografía, me recuerda cómo empezó mi loca experiencia con el Real Madrid. Aún la tengo en casa. Y mi casa está en Madrid, donde ahora trabajo como Director de Relaciones Institucionales. Ahora mismo, sin embargo, como la mayoría de la gente, no puedo ir a trabajar. En el último mes he salido de mi casa dos veces, y eso fue para ir al supermercado. Quedarme en casa todo el día me está haciendo caminar por las paredes. Pero por el momento, es lo correcto y lo que hay que hacer.

Las dos ocasiones en las que he salido, he echado una mirada alrededor y apenas he podido reconocer a mi ciudad. En cualquier día normal, en Madrid verás a personas mayores que caminan bajo el sol, a niños que corren, familias y amigos sentadas al aire libre en bares y restaurantes. Lo que quieras tener en la vida, lo puedes encontrar en Madrid: sol, deporte, cultura, vida nocturna, comida… ¡especialmente comida! Es un mundo aparte. Y la gente aquí sabe cómo disfrutarlo. Aquí saben vivir la buena vida, ¿sabes?

Pero ahora todo eso se ha ido. Las calles están completamente vacías.

Nunca había visto a Madrid así.

En lo personal, el virus no me ha afectado. Mi familia y yo estamos sanos. Pero estoy triste por las familias de todos los que han muerto. Conozco a algunos de ellos. Como habrás podido ver en las noticias, el mes pasado el virus se cobró la vida de Lorenzo Sanz, el ex presidente del Real Madrid. Él fue el hombre que me trajo al club. Tenía 76 años. Cuando supe que se había contagiado con el virus, recé para que se recuperara. Pero también sabía que había estado enfermo por un tiempo, y al final el virus ha sido una de las tantas cosas que se lo han llevado.

Quedarme en casa todo el día me está haciendo caminar por las paredes. Pero por el momento, es lo correcto y lo que hay que hacer.

Solo el recuerdo de Lorenzo ya me hace sonreír. Aunque era un presidente, por encima de todas las cosas era un aficionado. Vivía para el Real Madrid. Estaba siempre muy involucrado, y siempre con nosotros en el vestuario. Cuando empatábamos o perdíamos, nos dejaba tranquilos. Pero cuando ganábamos títulos, era el primero en abrazarnos. Lo amábamos por sus cualidades humanas, por su optimismo, por todo lo que estaba haciendo por el madridismo. Era como un padre para nosotros.

Teníamos contacto todos los días. Siempre me daba consejos. Nunca jamás lo he llamado Lorenzo Sanz, y eso que lo he intentado. Para mí siempre era Presidente, o Presi.

Le decía: “Ey, Presi, ¿cómo está?”

Y entonces él venía con una gran sonrisa a darme un abrazo.

Lorenzo había sido presidente por poco más de medio año cuando llegué a Madrid. Luego de firmar mi contrato con el club, todo sucedió muy rápido, pero sí recuerdo mi debut, cuando marqué fuera de casa contra el Deportivo La Coruña. Y también recuerdo la primera vez que jugué en el Bernabéu, delante de 80.000 personas.

Yo estaba como… Ehm, ¿qué estoy haciendo aquí? ¿Y ahora qué sucede si cometo algún error?

Hombre, ¡era acojonante!

Pero también fue uno de los mejores días de mi vida.

Después de un tiempo me habitué a la presión que conlleva el jugar para el Real Madrid. Pero había momentos cuando incluso los más grandes profesionales podían estar abrumados. Casi dos años después de mi llegada, estábamos para jugar contra Juventus la final de la Champions League. Como todos sabemos, el Real Madrid tenía —y aún tiene— la mayor cantidad de títulos en la competición, pero en aquel entonces, hacía 32 años que no la ganábamos. Habíamos sufrido en la Liga esa temporada. La Juve estaba en la final por tercer año consecutivo. Llegamos al partido sin ser los favoritos.

La noche anterior a la final ninguno de nosotros pudo dormir. Normalmente nos íbamos a la cama a las 10 de la noche, pero aquella noche estábamos sentados en el lobby a las cuatro de la madrugada, contándonos historias. No teníamos miedo, pero sí mucho respeto por la Juve. Y nos sentíamos ansiosos para que el juego empezara de una vez.

Lo hicimos muy bien en aquella final. La Juve tuvo muchas ocasiones, pero ganamos 1-0. No sólo ganamos aquel partido con nuestra calidad, sino que también lo hicimos con nuestra motivación. Lo quisimos más que ellos.

Después nos dirigimos a la Plaza de Cibeles. Las calles estaban inundadas de cientos de miles de personas, vestidas con sus camisetas y bufandas blancas, cantando y celebrando. Nunca olvidaré aquella noche.

Si tuviera que elegir mi momento favorito de mis años en el Real Madrid, sería aquel triunfo.

Cuanto más te quedas en Madrid, más te das cuenta de lo que este club significa para la gente, no sólo en la ciudad pero también en toda España y alrededor del mundo. Sin importar dónde jugáramos, allí iban a estar nuestros aficionados. Sin importar si era el Clásico o un partido preliminar de Copa, el Bernabéu siempre estaba lleno. La gente ama a este club por la misma razón que me llevó a venir aquí: el prestigio, la afición, la gloria en la Champions League. Y la posibilidad de seguir haciendo historia.

Christian Liewig/TempSport/Corbis via Ge

Puedo decirte que la era de los galácticos a principios de los 2000 no sólo ha sido memorable para los aficionados. También ha sido increíble ser parte de eso como jugador. Llegabas al vestuario, te sentabas, mirabas a tu alrededor y veías al ganador del Balón de Oro, al jugador del año en España, al Pichichi, al mejor portero del mundo. Ser parte de ese ambiente fue muy especial. A veces, me sentaba y pensaba: “Mira de dónde has venido y mira dónde estás ahora”. Sentía orgullo. Nunca se sabe dónde puedes terminar en la vida.

Ganamos la Champions League dos veces más, en 2000 y 2002. Y sin embargo se me hace difícil recordar todos los detalles. Cuando juegas en un club como el Madrid, siempre tienes que estar en el presente, porque todo es tan intenso: los sprints, los cabezazos, las entradas, los entrenamientos, los viajes fuera de casa, los hoteles. Las victorias y las derrotas.

Sólo el día en el que dejé de jugar para el Madrid logré darme cuenta de todo lo que había logrado.

Mi último partido en el club fue el 17 de junio de 2007. Recibimos al Mallorca en el Bernabéu, en la última jornada de la temporada, y estábamos igualados a puntos con el Barcelona, que se enfrentaba al Gimnàstic. Si ambos vencíamos, nosotros sabíamos que nos quedaríamos con el título, gracias a los enfrentamientos directos contra el Barça. Empezamos perdiendo, 0-1 desde temprano, pero en el segundo tiempo remontamos y ganamos 3-1. Fue una victoria increíble.

Pero lo que más recuerdo de aquel día fue el modo en que me trató la afición. Todos sabían que era mi partido de despedida. David Beckham también se marchaba. Desde el momento en el que salimos del hotel y empezamos a viajar rumbo al estadio, la gente nos dio todo su afecto. Se sentía casi como un cumpleaños, ¿sabes? Todos nos deseaban lo mejor, nos mandaban besos y abrazos.

“Suerte”.

“Te amamos”.

“Vuelve lo más pronto posible.”

Allí es cuando me di cuenta de lo que había hecho por el club.

Allí es cuando me di cuenta de todo lo que la afición me amaba.

Jasper Juinen/AP Photo

Fue uno de los días más emocionantes de mi vida. También pienso que ha sido un ejemplo de lo afectuosa que la gente es aquí, y de cómo viven sus vidas apasionadamente.

Y es una de las razones por las que ver lo que ocurre ahora mismo me entristece tan profundamente.

Habiendo dicho eso, quiero animar a la gente, tanto en Madrid como en el resto de los lugares, a ser optimista. Mi filosofía siempre ha sido de tratar de resolver los problemas con una sonrisa en mi rostro. Así que mantén la cabeza alta y mira hacia delante. Cree en ti mismo. Sé paciente. Permanece en calma. Y trata de ayudar a los demás.

Algunas cosas positivas han salido de esta pandemia. Estamos dándonos cuenta de que todos somos seres humanos con las mismas vulnerabilidades. Nos hemos dado cuenta de que la familia es importante, de que los amigos son importantes, de que todos nos necesitamos los unos a los otros. También nos estamos dando cuenta de que algo tan simple, como unas pocas sentidas palabras en una videollamada, puede hacer una gran diferencia en la vida de alguien más.

Ahora debemos seguir trabajando juntos. Al quedarnos en casa estamos todos juntos luchando contra este virus, para que las cosas puedan volver a la normalidad lo antes posible. Como muchos, echo de menos el fútbol, y espero el día en el que el Real Madrid pueda regresar a Cibeles con un nuevo título.

Pero ahora mismo, lo único que deseo es ver a la gente de nuevo en las calles.

Esa es la victoria por la que todos estamos luchando.

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